Había pasado una semana desde aquella madrugada intensa entre Zoe y Arthur, pero ella no lo había buscado. Por más que algo dentro de ella gritara por su presencia, su orgullo y las heridas abiertas seguían pesando más. Zoe se sentía en guerra consigo misma. La nostalgia venía en oleadas, sobre todo cuando sus manos, por instinto, acariciaban la todavía discreta curva de su vientre, recordándole el hijo que llevaba dentro.
Aunque le había pedido espacio, Arthur no había pasado un solo día sin enviarle un mensaje. Siempre con respeto, con ternura, a veces solo para desearle un buen día de trabajo o para decir cuánto ansiaba conocer al bebé. Aquello le partía aún más el corazón a Zoe, porque cada palabra mostraba que él estaba intentando enmendarlo todo.
Zoe estaba sumergida en los informes de la empresa de Thor. El trabajo se había convertido en su refugio, la forma de no enloquecer con sus propios sentimientos.
El teléfono de la oficina sonó.
—Zoe, hay una mujer en recepción que quier