Gabriel apagó la ducha y envolvió a Ava en una toalla suave. Ella mantuvo los ojos fijos en los suyos. Él la atrajo hacia sí, secando cada parte de su cuerpo con cuidado y ternura, sin prisa, como si estuviera tocando un tesoro.
—Ven, amor… —murmuró con voz baja, tomándola en brazos como si no pesara nada.
La levantó y la llevó hasta la cama. La recostó con una delicadeza infinita, y luego se tumbó a su lado, atrayéndola hacia su pecho desnudo. La cabeza de ella quedó justo sobre su corazón, que latía fuerte, constante… por ella.
Sus dedos se enredaron en el cabello aún húmedo de Ava, en una caricia lenta y silenciosa.
—¿Todavía dudas de todo lo que te dije? —susurró con una sonrisa leve en los labios.
Ava suspiró con los ojos cerrados, dejándose envolver por la calma que emanaba de él. Por primera vez en mucho tiempo, sentía paz.
—No dudo… solo tengo miedo. Porque no sabría cómo seguir si tú me lastimaras, Gabriel.
Él levantó su barbilla con delicadeza, obligándola a mirarlo.
—Jamás