El sol apenas había salido cuando Celina despertó con una sensación incómoda en el pecho. Aún acostada, tomó el celular y, casi por instinto, abrió la aplicación de mensajes. Ninguna novedad de Zoe. Desde el día anterior, solo había recibido un mensaje breve y confuso de doña María: decía que estaba en el hospital con su hija. Celina había intentado llamarla varias veces después de eso, pero solo caía en el buzón de voz. El silencio la estaba consumiendo.
No fue sino hasta pasado el mediodía cuando el celular vibró con una videollamada de Zoe. Celina atendió de inmediato, con el corazón acelerado.
—¡Zoe! ¡Gracias a Dios! —exclamó, incorporándose en el sofá, los ojos llenos de alivio—. Amiga, ¿cómo estás? No tienes idea de lo preocupada que estaba. Tu madre me mandó un mensaje ayer, diciendo que estaban en el hospital, pero luego desapareció. Intenté llamarla y solo daba buzón. Thor intentó hablar con Arthur, pero tampoco consiguió. Así que llamó a los padres de él y fue así como supim