Gabriel entonces dijo:
—Abuela, déjenos acomodarnos primero. Acabamos de llegar de la fiesta, estamos cansados. El viaje a Brasil fue largo. Después, con un café y ese pastel maravilloso que solo usted sabe hacer, hablamos del altar.
—Es un placer conocerla en persona. Gabriel habla mucho de usted —dijo Ava, abrazando a la abuela Adelaide con delicadeza.
—Ava, ¿dónde aprendiste a hablar portugués tan bien? —preguntó Luzia, curiosa.
—Siempre tuve ganas de conocer Brasil. Entonces empecé a conversar con brasileños en plataformas de intercambio y en cursos en línea. Pero todavía tengo dificultades con algunas palabras y expresiones.
—Mamá, sé que usted nos extraña, pero de verdad necesitamos descansar. Mañana hablamos con calma, ¿puede ser? —pidió Gabriel con suavidad.
—Claro, hijo. Su cuarto está limpito, pueden descansar allí. No repares, Ava, la casa es sencilla, pero está llena de amor —dijo Luzia, con una mirada tierna.
Gabriel condujo a Ava por el pasillo, aún sosteniéndole la mano