El sonido del motor del coche se oía suave mientras Gabriel conducía por la carretera iluminada, regresando de la elegante boda de Zoe y Arthur. Las luces de São Paulo se iban perdiendo en el retrovisor, y la noche parecía envolverlos en un manto sereno de calma después de tantas emociones.
Ava, sentada a su lado, sostenía con delicadeza el ramo que había atrapado con tanta sorpresa. Las flores seguían intactas, vibrantes, casi como un símbolo del caos que ahora habitaba en silencio en su mente ordenada. Lo miraba de vez en cuando.
—La boda fue hermosa, ¿no? —comentó Gabriel, con una sonrisa ladeada.
Ava no apartó los ojos del ramo cuando respondió:
—Extremadamente hermosa. Bien ejecutada, bien planificada, con una precisión emocional sorprendente. Pero aun así… boda.
Gabriel sonrió.
—Solo tú podrías describir una boda como “precisión emocional”. Es tu lado racional intentando sobrevivir al impacto del amor.
—Yo no estoy en contra del amor, Gabriel. Estoy en contra de lo que la gente