Celina negó con la cabeza, los ojos rojos de tanto llorar.
—No quiero dormir… necesito saber cómo está él… por favor…
Zoe le apretó la mano, firme.
—No vas a dormir; solo vas a poder respirar mejor. Confía en nosotras, amiga. Necesitas calmarte o terminarás ingresada.
La enfermera se acercó con la jeringa preparada. Celina dudó, pero al mirar el monitor al lado, mostrando sus latidos tan descompasados, asintió con un gesto débil.
El pinchazo fue rápido. El líquido tibio recorrió su brazo como un abrazo silencioso. En pocos minutos sintió el cuerpo relajarse ligeramente, como si la tensión en la espalda y el pecho le diera una tregua. Seguía alerta, pero menos ahogada.
—Así… muy bien —dijo la psicóloga con dulzura—. Ahora sigue respirando así. Tu cuerpo necesita esta pausa. Thor está siendo atendido. Confía en eso.
Celina cerró los ojos un instante. Su mente seguía girando, intentando revivir cada segundo de la escena del jardín. Los disparos, la sangre, la desesperación. Pero poco a p