Después de un rato, Zoe por fin detuvo el coche frente a la entrada de urgencias. Celina bajó con prisa, la mirada desesperada recorriendo los alrededores como si pudiera ver a Thor allí, esperándola. Pero todo lo que encontró fueron puertas de vidrio abriéndose automáticamente y el olor penetrante de antiséptico.
—¡Tardamos demasiado! —murmuró Celina, jadeante—. Dios mío, ¿por qué tardamos tanto?
Zoe, con las manos firmes sobre los hombros de su amiga, le respondió con calma:
—El paso entre los coches es solo para ambulancias, amiga. Hice todo lo que pude.
Celina corrió hasta la recepción y golpeó el mostrador con desesperación.
—¡Por favor! ¡Thor Miller! Lo trajeron hace poco en una ambulancia. ¡Soy su esposa! ¿Cómo está?
La recepcionista, manteniendo la calma ante tanta tensión, tecleó rápido en el ordenador.
—El señor Thor Miller ingresó hace veinte minutos. Fue llevado directamente al quirófano. Puede esperar en la sala de espera quirúrgica, al final de este pasillo, a la derecha