Thor conducía por las calles de la ciudad con la mente en ebullición. El celular vibraba insistentemente en el asiento del copiloto. Vio el nombre Mi Vida en la pantalla, pero rechazó la llamada sin pensarlo dos veces.
En la cobertura, Celina, sentada en el sofá, miró el teléfono con los ojos llenos de lágrimas y susurró para sí misma:
—No sirve de nada que rechaces, voy a llamar hasta que atiendas.
Decidida, volvió a marcar. Tres veces más. Thor rechazó todas.
—Ahora no, amor… —murmuró Thor, apretando con fuerza el volante—. Hasta que no enfríe la cabeza, no vamos a hablar. No voy a ser el Thor del pasado.
Minutos después, Thor ya estaba en la puerta de la mansión de Arthur, apretando el timbre sin parar. La empleada abrió y, antes de que pudiera anunciarlo, Thor entró preguntando:
—¿Dónde está Arthur?
Arthur apareció en la sala, visiblemente agotado, rascándose los ojos y vistiendo solo un bóxer.
—¿Qué pasó, Thor? —preguntó, bostezando.
—¿No podías al menos ponerte algo de ropa? —gr