Era un domingo tranquilo en São Paulo, uno de esos raros días en que la ciudad parecía desacelerar. Celina y Thor disfrutaban de un momento de calma en el comedor del ático, cada día más unidos, más íntimos, como si estuvieran construyendo un refugio solo para ellos. La rutina agitada quedaba lejos y, en ese instante, lo único que importaba era la compañía mutua mientras compartían un desayuno ligero y sereno.
Celina, con el cabello aún un poco revuelto y un batín de seda sobre la camisola, irradiaba belleza sin darse cuenta. Thor no podía apartar los ojos de ella mientras untaba mermelada en una rebanada de pan.
—Amor —empezó Thor, con la voz baja y tranquila—, voy a pedir una cita con el médico de la familia. Quiero asegurarme de que nuestros bebés estén bien. Lo necesito.
Ella sonrió, acariciándose suavemente la barriga.
—Va a ser emocionante —dijo Celina, con una sonrisa dulce—. Porque esta vez vas a estar conmigo… vas a escuchar su corazón por primera vez.
Thor sonrió de lado, co