Era domingo por la noche cuando Arthur bajó de su coche. Respiró hondo mientras caminaba hacia el apartamento de Zoe. Llevaba consigo una caja cuidadosamente envuelta, un regalo especial que había elegido para la madre de ella. A pesar del ajetreo de los últimos días, sabía que necesitaba hacer aquella visita y mostrar respeto a la familia de Zoe.
Cuando Zoe abrió la puerta, su sonrisa iluminó el pasillo.
—¿Nervioso, doctor? —bromeó ella, cruzándose de brazos.
—No mucho, solo lo suficiente para recordarme que esto es importante —respondió él con una sonrisa sincera.
—Relájate, le vas a encantar.
Arthur fue conducido hasta la sala, donde la madre de Zoe, doña María, lo esperaba con una sonrisa acogedora.
—Buenas noches, doña María. Es un placer por fin conocerla. Disculpe por no haber venido antes. El trabajo ha sido intenso y, como Zoe estuvo en Estados Unidos por trabajo, fuimos posponiendo este momento.
Ella tomó el regalo, visiblemente complacida.
—No tienes que disculparte, Arthur