Celina sintió unas ganas inmensas de llorar en ese instante. Pequeños gestos, pequeñas delicadezas, todo aquello que le había faltado durante tanto tiempo.
—Eres realmente un regalo —dijo, sosteniendo el carrito para que él colocara las bolsas.
—Y tú eres mi nuevo comienzo también, Celina. Este momento es de los dos.
—No tienes idea de cuánto me reconforta escuchar eso.
Hicieron el pago, salieron cargando dos bolsas térmicas y tres comunes, y pidieron un Uber para regresar. El cielo ya empezaba a oscurecer, aunque aún era media tarde —el típico invierno neoyorquino. Desde el coche, Celina miraba por la ventana y absorbía cada detalle de la ciudad, como si estuviera soñando despierta.
Al llegar al edificio, subieron con las bolsas. Gabriel comenzó a guardarlo todo y Celina lo ayudaba, riéndose de la falta de lógica que ambos tenían para organizar.
—Necesitamos una rutina. Mañana organizamos un cronograma de tareas —dijo él.
—¿Incluyendo quién lava los platos y quién cocina la cena?
—Cl