El silencio de la madrugada comenzaba a instalarse como un manto espeso sobre la casa. El cielo oscuro afuera parecía reflejar el estado de ánimo de Celina, que regresaba al cuarto con el corazón pesado después de hablar con doña Sara en la cocina. Las palabras dulces de la mujer mayor aún resonaban en su mente, pero se desvanecieron en el instante en que abrió la puerta y encontró a Thor agitado en la cama.
Se revolvía entre las sábanas, el cuerpo sacudido por una fiebre intensa. El sudor resbalaba por su frente y sus ojos entreabiertos parecían no ver el presente. Thor hablaba con el pasado. Llamaba por el nombre de su difunta esposa en medio de los delirios, murmurando:
—Théo, hijo mío... perdóname...
Y, al final, con la voz quebrada, en un susurro que atravesó el corazón de Celina como una daga, pronunció su nombre.
—Celina... perdóname... no me dejes... te amo...
Ella se quedó paralizada por un segundo, sintiendo el aire escapar de sus pulmones. El impacto de esas palabras, nacid