El ascensor se detuvo con un leve sobresalto. Celina dio un pequeño brinco y abrió los ojos al instante. Las puertas se abrieron revelando la amplia y lujosa sala del ático de Thor.
Dio un paso vacilante hacia afuera. El ambiente estaba iluminado suavemente, con luces indirectas que daban al espacio un aire acogedor. El aroma era familiar: una mezcla de madera, lavanda y algo indefinible, pero que reconocería en cualquier lugar — era su olor.
Entonces escuchó pasos que venían del pasillo. La figura de la gobernanta, doña Sara, apareció, nerviosa y sorprendida por la presencia inesperada de Celina. Los ojos de la señora estaban muy abiertos, y su rostro, normalmente sereno, se veía pálido.
Celina se detuvo, con el estómago encogido.
—¿Doña Sara? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Está todo bien?
La mujer dio un paso al frente, arreglándose la blusa con movimientos torpes, como si no supiera qué hacer con las manos.
—Ah, señorita Celina... yo... no sabía que vendría esta noche.
Celina frun