Celina no pudo contenerse. Una risa se le escapó, ligera, liberadora, aunque cansada.
— Solo tú para hacerme sonreír en un momento como este.
Zoe se apoyó en el escritorio de Celina como quien se prepara para escuchar un gran secreto; guiñó un ojo y señaló:
— ¡Para eso estoy aquí! Porque, cariño, nadie — y repito, nadie — en esta empresa habla de otra cosa que no seas tú, Celina. ¡La mujer discreta, delicada y educada que hoy… se convirtió en una auténtica onza Marruá!
Celina abrió los ojos de par en par, atragantándose con su propia risa.
— ¿Qué?
— ¡Lo que oíste! — confirmó Zoe, ya gesticulando como si narrara una epopeya. — Esta mañana teníamos a Celina: tranquila, centrada, casi una monjita corporativa… ¿Y ahora? ¡PUM! Aparece la Onza Marruá. ¡La salvaje del departamento jurídico! ¡La justiciera de Recursos Humanos! ¡La cazadora de niñitas pijas embarazadas y descaradas!
Esta vez Celina soltó una carcajada, recostándose en la silla.
— Zoe, eres imposible.
— Amiga… — dijo Zo