Celina se giró de golpe. Era Thor.
—¿Qué significa esto? —preguntó, intentando soltarse.
Él no respondió. Simplemente la arrastró hacia el pasillo, sin importarle quién pudiera verlos.
—¡Thor, suéltame!
—Camina —murmuró él.
—¿Thor, perdiste la cabeza? ¡Te voy a denunciar!
Se detuvo, giró lentamente y la encaró con una mirada fría e impenetrable.
—¿Olvidas quién soy? Intenta...
Celina tragó en seco. El corazón se le desbocó, pero no dejó escapar ni una grieta de debilidad.
—No lo olvido. Y tampoco me intimidas.
Thor siguió arrastrándola hasta su despacho. Entró con ella y, cuando cerró la puerta, Celina intentó impedirlo.
—¡Abre esta puerta ahora mismo, Thor! —ordenó, empujándola con fuerza.
Pero él echó el cerrojo y guardó la llave en el bolsillo, mirándola con una calma que resultaba aún más aterradora.
Celina retrocedió, cruzando los brazos.
—¿Me vas a decir ahora qué fue ese numerito de antes? —soltó él con un tono gélido—. ¿A dónde quieres llegar?
Ella lo sostuvo con la mirada, al