Celina soltó una carcajada.
—Zoe, estás loca. ¿Quién compara un examen con unas pinzas?
—Pues, ¡dolor es dolor! —Zoe se encogió de hombros—. ¡Y el mío fue de los bravos! Pero dime, Celina, ¿tú estudiaste en la universidad?
—No... iba a hacerlo, pero conocí a César. Cuando me casé, me dediqué solo a él. Me arrepiento. Nunca me animó a crecer.
—Claro, ¿qué esperabas? Seguro es de esos hombres que disfrutan ver a una mujer totalmente dependiente. Pero eres joven, amiga. Aún tienes tiempo. Haz una carrera, invierte en algo...
—Quiero volver a escribir —dijo Celina, pensativa.
—¿Escribir? ¿Qué cosa? —preguntó Zoe, curiosa.
—Novelas —respondió con una sonrisa en los labios.
—¡No me digas! ¿Mi amiga es escritora? —Zoe exclamó entusiasmada.
—Soy solo una aficionada... —murmuró Celina, algo avergonzada.
—¡Aficionada, mis narices! Invierte en eso, Celina. Puedes trabajar desde casa, cuidar a los bebés y además ganar tu propio dinero escribiendo. ¡Te va a ir bien, confía en mí! En serio, lo que