El timbre sonó dos veces, Luz caminó con cautela a abrir la puerta, al ver que era Arthur se relajó.  Arthur entró con paso medido y una caja llena de sushi colgando de la mano. Traía el abrigo algo arrugado y un rastro de humo y gasolina pegado a la ropa; se notaba que no había pasado la noche en un restaurante. Cristian esbozó una sonrisa torcida desde el sofá, como si el mundo siguiera siendo su escenario de ironías.
—Hola hermano, ¿fuiste por sushi para mí? Aaww, si me quieres —molestó Cristian, mientras Luz solo los miraba desde la mesa.
Arthur dejó la bolsa sobre la mesa su mirada buscó a Luz; ella vigilaba cada gesto con la cautela de quien no confía en la calma que llega de golpe. Luego se acercó al sofá y, antes de sentarse, revisó las heridas de Cristian con una delicadeza rara en él.
—Claro que te quiero, idiota. Eres mi único hermano. — Le dijo mientras miraba sus heridas — Ahora ven, come, para que vayamos  a nuestro departamento.
Cristian rodó los ojos y se incorporó con