El sol de la mañana caía sobre los jardines del orfanato cuando Cristian detuvo el auto frente a la entrada. Luz respiró hondo, un poco nerviosa, pero emocionada, él se bajó y rodeó el auto para ayudar a bajar a Luz.
Cristian le tomó la mano y la miró con esa sonrisa suya que siempre lograba calmarla.
—Bueno, muñeca… sé que será un maravilloso primer día. Eres increíble, eres mi Luz. Lo harás perfecto.
Se inclinó y la besó suavemente.
—Yo iré por algo y volveré. Te amo, muñeca.
—Yo tambien te amo aunque seas un travieso y odioso, ¿ves que estás mejor?
— Solo me aguanto el dolor.
— Claro — Luz supiró —Gracias, Cris, gracias por acompañarme.
— Siempre te acompañaré mientras me dejes estar a tu lado muñeca.
Cristian besó a Luz y la dejó en la puerta para volver a su auto.
Apenas cruzó la puerta, la recibió Laura con su energía habitual.
—¡Hola, Luz! Bienvenida. Ven, pasemos. Te llevaré donde tenemos el piano.
Luz la siguió por los pasillos hasta una sala enorme, llena de luz natural. En