Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl cuarto de invitados estaba envuelto en penumbra. El aire olía a piel y deseo recién saciado. Anna aún temblaba, el corazón desbocado, mientras Lissandro la rodeaba con sus brazos fuertes. No había furia ya en él, sino una ternura peligrosa, como si quisiera grabar cada instante en su alma.
Sus labios recorrieron su frente, su mejilla, la comisura de su boca, en besos suaves, casi reverentes.
—No renunciaré a ti, Anna… —susurró, con la voz rota de amor y certeza—. Eres mía, y no te dejaré ir. Vámonos, vámonos lejos… no te cases con él. Eres mía, Anna. En el fondo lo sabes.
Ella gimió, cerrando los ojos, sintiendo el filo de la culpa atravesarle el pecho.







