La dolorosa recuperación.
Los días pasaron con la cadencia de tratamientos y pequeñas victorias. Anna, que había perdido apenas cuatro meses, recuperó sus recuerdos con sorprendente rapidez; fue como si el tiempo le devolviera las piezas sueltas de una vida y las encajara sin demasiada violencia. Sonreía con facilidad, volvía a nombrar anécdotas olvidadas y dormía sin sobresaltos. Su recuperación dio alivio a todos, pero lo que para ella había sido borrón, para Lissandro seguía siendo un mapa con zonas oscuras.
Él, en cambio, pagaba el precio de recuperar poco a poco. Las resonancias mostraban la zona inflamada en el lóbulo temporal derecho, y el medicamento hacía su trabajo, pero los recuerdos no regresaban como una película continua: eran ráfagas, flashes que lo golpeaban con fuerza y a veces le dejaban aturdido. Los dolores de cabeza fueron su compañía más constante —punzadas que nacían detrás de los ojos o como si le apretaran la sien—; con cada episodio venían imágenes sueltas: una voz, una mesa, un cuart