Temprano, cuando la ciudad todavía bostezaba y el café olía a calma, Arthur llamó a Lissandro.
—Lissandro, hablé con mi tío —dijo Arthur por teléfono, voz grave y sin prisas—. Dijo que habían llevado a la tía Kate a un neurocirujano. El químico inflama cierta parte del cerebro y con un medicamento eso se desinflama; los recuerdos pueden volver, pero será un poco doloroso.
—Ya veo —respondió Lissandro, conteniendo la esperanza—. Gracias, Arthur, por la información. Ahora iremos con Anna a ver a un médico.
—Suerte, Lissandro —contestó Arthur, y cortó.
Lissandro fue a despertar a Anna con la tranquilidad de quien no quiere alterar el pulso de la mañana. Ella se estiró, se frotó los ojos y sonrió cuando lo vio; esa pequeña costumbre que ella amaba, que Lissandro fuera lo primero que ella viera al despertar.
La mañana transcurrió rápido. En la clínica, Lucciano aguardaba ya junto a una joven doctora de cabello castaño y lentes que denotaban inteligencia.
—Isabella Ruiz. — Lucciano saludó c