Joaquín detuvo el auto frente a la casa de Lucía. El motor se apagó, pero el silencio que quedó era más ruidoso que cualquier motor encendido. Bajó y abrió la puerta para dejarla en su casa como todo un caballero. Lu giró la manilla y sonrió por la noche maravillosa que habían tenido.
—Bueno, Lucy, esta noche fue hermosa. Lo pasé muy bien.
Le tomó la cintura con ambas manos, atrayéndola. Lucía no dudó en poner sus manos en el pecho de Joaquín.
—Yo también lo pasé muy bien, Joaquín.
Él sonrió, un destello que le desarmó el rostro. Acercó su mano a su mejilla para besarla. Ella le respondió con una dulzura inicial que rápidamente se encendió en pasión. La necesidad era una fuerza tangible que los empujaba. Poco a poco, casi sin conciencia de los pasos, entraron a la casa. Joaquín se aseguró de cerrar la puerta con un golpe sordo, como si sellara el mundo exterior.
—Lucy, yo… no sabes cuánto deseo esto. Dime que tú también lo quieres.
 —¿No se nota?
Lucía sonreía de manera pícara, pero su