8

A la tarde llegaron más periodistas. Seguridad los contuvo lejos; aún así, cada vez que empujaba la puerta de vidrio, olía la ansiedad colectiva como ozono antes de una descarga. Trabajé hasta que los planos dejaron de ser líneas y volvieron a ser espacios: luz, eco, vidas dentro. Allí estaba mi verdad. En eso nadie podía tocarme.

Cuando salí, el cielo tenía el color del grafito. Un sedán oscuro me esperaba. El chofer bajó el vidrio.

—El ingeniero Del Valle pidió que la lleve —dijo.

Por un segundo quise negarme. Luego pensé en las cámaras. Entré.

No hablamos durante el trayecto; el silencio no me pesó. El automóvil avanzó como un pez en un río de bocinas hasta dejar atrás el centro. Me dejó a dos cuadras de mi edificio, invisible para los curiosos. Antes de bajar, el chofer se inclinó apenas.

—Misma hora mañana, señorita Ferrer.

***

Dormí poco. Soñé con una cinta métrica pasando sobre mi piel: uno, dos, tres… ajuste fino. Desperté con el primer hilo de luz. Café, ducha fría, cabello r
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