Claudia y yo fuimos citadas a la Brigada de Delitos Complejos. La sala olía a papel y café viejo. La subcomisaria Rivas nos recibió con una mirada franca.
—Necesito su relato con precisión de reloj —dijo—. Y acceso a todo lo que tenga: audios, fotos, registros del cowork, movimientos de seguridad de la obra.
Claudia entregó un pendrive con el índice de evidencias.
— Yo puedo dar testimonio exacto de los hechos— dije sin rodeos.
—¿Ha recibido amenazas directas de Serrano? —preguntó Rivas.
—Varias —respondí—. Y siempre juega con el tiempo. Relojes, cuentas regresivas. Le gusta ponerme a elegir.
—Perfecto —anotó—. Eso es un patrón.
Reyes entró con un expediente abierto.
—Tenemos un rastro —anunció—. Un taxi dejó a una mujer coincidente con Serrano a dos cuadras de un apart-hotel en el centro, anoche. Registró con documento falso a nombre de Carolina S., pagó en efectivo y dejó una gorra verde en la habitación.
—No la subestimen —dije—. Si dejó esa gorra, es porque quería que la viéramos.