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7. ENTRETENIDA TERMINOLOGÍA

Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.

Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.

Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.

Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me otorgaba lo que necesitaba. Mi poder creció tanto que las pocas brujas que cruzaron mi camino comenzaron a temerme. Mi grimorio se convirtió en un tesoro codiciado, y cuando la vejez marcó mi cuerpo, muchas creyeron que podrían arrebatármelo. Pobres ilusas. Aunque las páginas de ese libro guardan conocimientos valiosos, lo realmente importante está en mi mente... y solo yo poseo la clave para desentrañarlo.

Pronto encontraré la forma de recuperarlo. Y cuando lo haga, iré por él.

Sonrío. Mi musa está cerca. Aunque aún no comprende el porqué, algo lo atrae irremediablemente hacia mí, y él lo siente.

Observo su reflejo en la superficie del agua. Esta joven es hermosa, debo admitirlo. No tengo prisa. Distribuyo el jabón por su piel, explorando con deleite cada curva, cada ángulo de este cuerpo ajeno y, sin embargo, mío por ahora. Las proporciones son generosas, el estado físico impecable. El busto es firme y redondeado, y al deslizar los dedos sobre la piel tersa, no puedo evitar pellizcar suavemente un pezón, poniendo a prueba la memoria sensorial de mis años pasados.

El placer es intenso, más de lo que recordaba. Cierro los ojos y presiono un poco más, prolongando la sensación.

«¡Eso es indecente!», grita Elizabeth, con un tono que destila escándalo.

Sonrío sin abrir los ojos. La inquietud de la joven me divierte.

«¿Indecente? ¿A qué te refieres?»

Titubea, incómoda.

«Es... es inapropiado tocar el cuerpo de esa manera. Se siente... sucio.».

La convicción en su voz es tan absoluta que debo hacer acopio de toda mi voluntad para no soltar una carcajada. ¿Qué rayos le pasan a esta chica? ¿Acaso nunca ha explorado su propio cuerpo? Sería comprensible en una niña, pero en una mujer... inaudito.

Sonrío con descaro. Ahora lo sé con certeza: jamás lo ha hecho.

—Ay, querida... —murmuro con diversión—. Sí que tengo mucho que enseñarte.

Infortunadamente, ese tema tendrá que esperar un poco, pues por el momento mi objetivo es otro. Salgo del agua y seco mi cuerpo con calma, segura de que la energía que he recolectado en el transcurso del día resultado de mis emociones y de las generadas por la propia Elizabeth (incluyendo la vergüenza), son más que suficientes para lo que quiero hacer.

Miro con fastidio la ropa interior, pues aunque puedo dejarla limpia con magia, no me agrada lo incómoda y voluminosa que es. Fue realmente desesperante pelear con los lazos que ajustan la parte superior, además que los calzones bombachos casi hasta la rodilla deben matar la pasión de una forma increíble.

—¿Por qué estoy perdiendo el tiempo en tonterías? —murmullo con exasperación.

Un movimiento de mi mano y la tela cambia, ajustándose a mi voluntad. Ahora es ligera, sedada, apenas un roce contra la piel. Sonrío con satisfacción. Mucho mejor.

Ya vestida, el espectáculo puede comenzar.

Dejo que mi poder fluya a través de mis labios mientras recito el conjuro. No necesito demasiado: solo el agua fresca que corre cerca y la brisa que se desliza entre los árboles. Lo justo para potenciar el hechizo.

Alteración de la temperatura y algo de lluvia.

No necesito que abarque mucho, con veinte metros será suficiente.

Cuando la lluvia caiga terminaremos muy juntos en búsqueda de calor y crearemos nuestro fuego.

—Duquesa, ¿está bien? —la voz de mi musa llega desde más allá de los arbustos.

—Perfectamente —respondo, apareciendo a su lado antes de que tenga oportunidad de reaccionar.

Jaime se sorprende por mi arrepentida cercanía, pero se recompone con rapidez.

—He adelantado la comida. Es algo sencillo, pero servirá por ahora.

Asiento con una ligera sonrisa. El aire ya empieza a enfriarse.

Comemos en silencio. No es una comida que merezca elogios, pero no puedo usar magia frente a él para mejorarla... al menos, no todavía.

De pronto, su mirada se alza al cielo, frunciendo el ceño.

—¿Qué sucede? —pregunto con fingida inocencia.

—La temperatura está bajando demasiado rápido. Se siente un viento húmedo, pero no hay nubes.

—¿Cree que lloverá?

—No debería... pero prepararé un refugio, por si acaso.

Justo cuando termina de instalar la tienda, las primeras gotas comienzan a caer.

—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —le digo, corriéndome a un lado dentro de la carpa.

—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —su mirada se turba un poco— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.

Oh, qué encantador. Tanto él como Elizabeth parecen sacados de una de esas películas de época que dan en horario familiar. Y, curiosamente, me estoy diviriendo con su terminología.

—Como diga... —murmuro con una sonrisa ladina— pero parece que lloverá con más fuerza.

Como si mis palabras hubieran convocado la tormenta, la lluvia se desata con furia. Puedo ver la incredulidad reflejada en sus ojos.

Golpeo suavemente el espacio vacío de la carpa, tentándolo.

—Tranquilo... prometo no hacer nada... —mi sonrisa se ensancha— que no quiera.

Mira el cielo. Luego la carpa. Finalmente, ceder.

Se acomoda a mi lado con rigidez, demasiado consciente de la cercanía. No puedo evitar reír suavemente.

—¿Es usted un hombre así de rogado para todo?

Él arquea una ceja, divertido.

—Es usted una mujer muy peculiar, duquesa. Debería tener cuidado... sus palabras y actos podrían malinterpretarse.

—Le aseguro que no los está malinterpretando, capitán.

Y sin darle oportunidad de responder, tomo su camisa y lo atraigo hacia mí, reclamando sus labios con los míos mientras la tormenta ruge a nuestro alrededor.

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