Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.
Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.
Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.
Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me otorgaba lo que necesitaba. Mi poder creció tanto que las pocas brujas que cruzaron mi camino comenzaron a temerme. Mi grimorio se convirtió en un tesoro codiciado, y cuando la vejez marcó mi cuerpo, muchas creyeron que podrían arrebatármelo. Pobres ilusas. Aunque las páginas de ese libro guardan conocimientos valiosos, lo realmente importante está en mi mente... y solo yo poseo la clave para desentrañarlo.
Pronto encontraré la forma de recuperarlo. Y cuando lo haga, iré por él.
Sonrío. Mi musa está cerca. Aunque aún no comprende el porqué, algo lo atrae irremediablemente hacia mí, y él lo siente.
Observo su reflejo en la superficie del agua. Esta joven es hermosa, debo admitirlo. No tengo prisa. Distribuyo el jabón por su piel, explorando con deleite cada curva, cada ángulo de este cuerpo ajeno y, sin embargo, mío por ahora. Las proporciones son generosas, el estado físico impecable. El busto es firme y redondeado, y al deslizar los dedos sobre la piel tersa, no puedo evitar pellizcar suavemente un pezón, poniendo a prueba la memoria sensorial de mis años pasados.
El placer es intenso, más de lo que recordaba. Cierro los ojos y presiono un poco más, prolongando la sensación.
«¡Eso es indecente!», grita Elizabeth, con un tono que destila escándalo.
Sonrío sin abrir los ojos. La inquietud de la joven me divierte.
«¿Indecente? ¿A qué te refieres?»
Titubea, incómoda.
«Es... es inapropiado tocar el cuerpo de esa manera. Se siente... sucio.».
La convicción en su voz es tan absoluta que debo hacer acopio de toda mi voluntad para no soltar una carcajada. ¿Qué rayos le pasan a esta chica? ¿Acaso nunca ha explorado su propio cuerpo? Sería comprensible en una niña, pero en una mujer... inaudito.
Sonrío con descaro. Ahora lo sé con certeza: jamás lo ha hecho.
—Ay, querida... —murmuro con diversión—. Sí que tengo mucho que enseñarte.
Infortunadamente, ese tema tendrá que esperar un poco, pues por el momento mi objetivo es otro. Salgo del agua y seco mi cuerpo con calma, segura de que la energía que he recolectado en el transcurso del día resultado de mis emociones y de las generadas por la propia Elizabeth (incluyendo la vergüenza), son más que suficientes para lo que quiero hacer.
Miro con fastidio la ropa interior, pues aunque puedo dejarla limpia con magia, no me agrada lo incómoda y voluminosa que es. Fue realmente desesperante pelear con los lazos que ajustan la parte superior, además que los calzones bombachos casi hasta la rodilla deben matar la pasión de una forma increíble.
—¿Por qué estoy perdiendo el tiempo en tonterías? —murmullo con exasperación.
Un movimiento de mi mano y la tela cambia, ajustándose a mi voluntad. Ahora es ligera, sedada, apenas un roce contra la piel. Sonrío con satisfacción. Mucho mejor.
Ya vestida, el espectáculo puede comenzar.
Dejo que mi poder fluya a través de mis labios mientras recito el conjuro. No necesito demasiado: solo el agua fresca que corre cerca y la brisa que se desliza entre los árboles. Lo justo para potenciar el hechizo.
Alteración de la temperatura y algo de lluvia.
No necesito que abarque mucho, con veinte metros será suficiente.
Cuando la lluvia caiga terminaremos muy juntos en búsqueda de calor y crearemos nuestro fuego.
—Duquesa, ¿está bien? —la voz de mi musa llega desde más allá de los arbustos.
—Perfectamente —respondo, apareciendo a su lado antes de que tenga oportunidad de reaccionar.
Jaime se sorprende por mi arrepentida cercanía, pero se recompone con rapidez.
—He adelantado la comida. Es algo sencillo, pero servirá por ahora.
Asiento con una ligera sonrisa. El aire ya empieza a enfriarse.
Comemos en silencio. No es una comida que merezca elogios, pero no puedo usar magia frente a él para mejorarla... al menos, no todavía.
De pronto, su mirada se alza al cielo, frunciendo el ceño.
—¿Qué sucede? —pregunto con fingida inocencia.
—La temperatura está bajando demasiado rápido. Se siente un viento húmedo, pero no hay nubes.
—¿Cree que lloverá?
—No debería... pero prepararé un refugio, por si acaso.
Justo cuando termina de instalar la tienda, las primeras gotas comienzan a caer.
—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —le digo, corriéndome a un lado dentro de la carpa.
—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —su mirada se turba un poco— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.
Oh, qué encantador. Tanto él como Elizabeth parecen sacados de una de esas películas de época que dan en horario familiar. Y, curiosamente, me estoy diviriendo con su terminología.
—Como diga... —murmuro con una sonrisa ladina— pero parece que lloverá con más fuerza.
Como si mis palabras hubieran convocado la tormenta, la lluvia se desata con furia. Puedo ver la incredulidad reflejada en sus ojos.
Golpeo suavemente el espacio vacío de la carpa, tentándolo.
—Tranquilo... prometo no hacer nada... —mi sonrisa se ensancha— que no quiera.
Mira el cielo. Luego la carpa. Finalmente, ceder.
Se acomoda a mi lado con rigidez, demasiado consciente de la cercanía. No puedo evitar reír suavemente.
—¿Es usted un hombre así de rogado para todo?
Él arquea una ceja, divertido.
—Es usted una mujer muy peculiar, duquesa. Debería tener cuidado... sus palabras y actos podrían malinterpretarse.
—Le aseguro que no los está malinterpretando, capitán.
Y sin darle oportunidad de responder, tomo su camisa y lo atraigo hacia mí, reclamando sus labios con los míos mientras la tormenta ruge a nuestro alrededor.
El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.Ella extiende una mano,
Estoy atrapada dentro de mi cuerpo y lo siento y veo todo. Nunca había sido besada ni tocada de esta manera. Su aliento cálido se mezcla con mi respiración temblorosa, y su lengua, húmeda y audaz, no ha dejado ni un centímetro de mi ser sin explorar.La vergüenza que siento es abrumadora, pero más lo es la extraña sensación de deseo y expectación que tiene ahora mi cuerpo.Con mi esposo, el contacto es repulsivo, una condena disfrazada de deber conyugal. Todos estos meses creí que el placer era solo una farsa, una fantasía ajena a mí.Mis dedos se enredan el cabello de este hombre para luego prenderme a su espalda firme como parte de una urgencia que no sabía que podía tener. Cielo, es quien tiene el control, pero las emociones y sensaciones son compartidas. Lujuria y éxtasis son palabras que antes de esta noche solo representaban un tabú social para mí, aquellas palabras que sabes que existen, pero que no deben ser nombradas o conocidas por una mujer de bien.El cuerpo humano, sobre t
No la sentí levantarse.Cuando abrí los ojos me encontré solo en aquella pequeña carpa y fui golpeado por la ola de recuerdos de la noche anterior.El exceso de luz hace que proteja mis ojos con el antebrazo para por fin detenerme a pensar en lo que acabo de hacer. Aunque no está a mi lado no me preocupo, supongo que está en las mismas que yo allí afuera, pensando.No voy a engañarme diciéndome que solo estuvo bien y que sexo me lo puede dar cualquier mujer. Esta situación fue diferente, no fui el villano que sedujo a una damisela, no le robé su virtud y definitivamente no fue un servicio ocasional de esos que se pagan. No, algo me atrae a ella y aunque no lo pude evitar ni quise hacerlo, podría llevarme a la muerte si alguien se entera.Todo es culpa de aquella mirada: Tentadora, fuerte y divertida... mágica.Me negué a ceder ante ella. Cada fibra de mi ser buscaba demostrarle que soy un hombre capaz de domar ese fuego, de no acobardarme ante una mujer... aunque, al final, terminamos
No pude seguir apuntando a la joven que temblaba frente a mí.—Ella lo daría todo por usted —suplicó la duquesa, casi en un susurro—. Por favor... cuando pueda regresar... escúchela.Una parte de mí se escandaliza ante lo que está ocurriendo. Pero otra... otra vibra con una emoción difícil de ignorar ante aquellas palabras.¿Lo daría todo por mí?—Explícate —dije, en tono frío, señalando un tronco cercano—. Cuéntamelo todo, desde el principio.Su relato fue atropellado, rayano en lo fantástico. Nunca había escuchado algo parecido.—Supongamos que te creo, y que compartes el cuerpo con esa bruja —corté, sin ocultar mi escepticismo—. Pero, ¿esperas que crea que ella y yo estamos destinados?—Ella asegura que usted es su Musa. Y yo misma vi el hilo rojo que los une por el dedo meñique —añadió, jugando nerviosamente con sus manos—. Vibraba como si tuviera vida propia.¿De qué demonios están hablando?—Es el hilo rojo del destino —explicó—. Une a los amantes. Ella sabe que, por mi condición
Esa mujer es, sin lugar a dudas, un ser profundamente desagradable. Aunque permanezco atrapada en el interior de Elizabeth, su aura oscura se filtra como humo espeso, imposible de ignorar. Por suerte, no es una bruja. Si lo fuera... prefiero no imaginar las atrocidades de las que habría sido capaz. Hay en ella un halo inconfundible: esa negrura sutil que envuelve los corazones desprovistos de piedad.Elizabeth lo percibe también. Pero en vez de retroceder, esboza una sonrisa tensa y adopta una actitud altiva, algo que jamás habría creído posible en ella.—Puedo serlo —me dice con aire contenido—. Desde pequeña me enseñaron a tratar con distancia a las clases inferiores. Lo que ocurre es que, normalmente, elijo no hacerlo.Subimos las escaleras justo a tiempo para ver a mi Musa deslizándose por una puerta junto al capitán Ortega, su amigo. A diferencia de su madre, ese hombre transmite una nobleza silenciosa... aunque sea un lobo. Qué se le va a hacer: no todos pueden ser perfectos como
Una de las comisuras de sus labios se curva apenas, revelando que mis palabras le resultan deliciosamente hilarantes.—¿De verdad? ¿Vendrás por mí?Da dos pasos y se detiene al borde de la cama, mirándome desde lo alto como si esa posición de poder pudiera representar mucho para mí.—Vamos a suponer que "arreglas" lo de la Duquesa. Que, milagrosamente, el Duque no se vuelve loco porque su esposa me quiere en su lecho. ¿Qué te hace pensar que yo iría contigo?Levanto ligeramente una ceja y le regalo una sonrisa ladina.¿Quiere seguir jugando a esto? Entonces juguemos a que lo convenzo, a que no soy su debilidad y a que tiene murallas reales que debo tumbar.Me pongo de pie sobre la cama, ganando altura sobre él. Apoyo una mano sobre su pecho y me inclino, dejando que mis labios rocen su oído como un secreto que solo él merece oír.—Porque nadie te desea, ni te deseará, como yo. Porque lo que siento no es solo hambre de tu cuerpo, sino sed de tu alma. Porque te quiero más allá de la carn
Después de eso, no volví a verlo hasta la despedida.La duquesa se encargó de todo: salida y protocolo cordial. Yo, por mi parte, me concentré en seguir las costumbres, en no desentonar ahora que habría más gente a nuestro alrededor.Resultaba extraño que una escolta me esperara, pero Elizabeth me aseguró que era normal. "Fuera de la residencia del Gran Duque, rara vez estaremos solas", me explicó.Mi musa la acompaña hasta el carruaje. Antes de ayudarla a subir, le toma la mano y la besa, demorándose apenas un instante. Le susurra algo, tan bajo que solo ella puede oírlo:—Dile que la estaré vigilando a lo lejos. Que no quiero saber de cosas extrañas. Y que, en definitiva... no tiene permiso para estar con otro.La duquesa lo mira, sorprendida, pero asiente con una sonrisa genuina.—Lo ha escuchado, Capitán.Ella sube. Antes de partir, lanza una última mirada a la casa. Desde una ventana en el segundo piso, una silueta nos observa: debe ser Marta, la esposa del Capitán Ortega. De man
Me tiemblan levemente las manos, pero debo controlarme. Le pido a la mujer que deje la bandeja sobre la pequeña mesa redonda y se retire. Percibo su desconcierto al ver las prendas sobre la cama, la puerta abierta y la bañera ya preparada. Aun así, no dice una palabra; se limita a hacer una reverencia rápida antes de marcharse.Le acerco su taza. Espero a que haya bebido la mitad antes de levantarme para ayudar a quitarse el calzado.—Se siente muy bien que me atiendas así —dice él, mientras se despoja de la camisa—. Pero yo termino solo, me rinde más. Lo que me urge es verte, desnuda, mi palomita blanca, y estar dentro de ti.Sus palabras son tan gráficas que siento repelús y fuera de eso está el término "palomita blanca", lo detesto. El desgraciado se vanagloria de que fue él quien me desfloró. Desde entonces en la intimidad me dice que soy su "palomita blanca".Aprovechando un descuido, vierto mi té en una matera junto a la ventana y dejo la taza de nuevo en la mesa.—¿Te parece si