Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.
Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.
El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.
Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.
—Cuando se cerró la puerta del carruaje —empezó, por fin—, aquel hombre se lanzó sobre mí.
Aunque las lágrimas aún no escapaban de sus ojos, su voz ya sonaba entrecortada. Las palabras, duras, le nacían del pecho como astillas.
—Me dijo que sobreviviría... y que debía contarle todo lo que me pasara durante el trayecto, porque eso sería solo una muestra de lo que le pasaría a usted si él no pagaba el rescate.
No hice ruido, pero mis lágrimas ya fluían. Elizabeth también estaba atenta dentro de mí, su rabia casi palpable.
—Mis ropas terminaron rasgadas.
Gruesas lágrimas rodaron por su rostro. La copa en sus manos dejó de girar; ahora la sostenía con fuerza.
—Sus manos me tocaron sin permiso... en lugares donde ni siquiera mi ex prometido había llegado. Me dolió. Dolió mucho. Aunque él... parecía disfrutarlo.
Ahí se rompió. El sonido de su llanto se perdió entre el estruendo de la lluvia que comenzaba a golpear con furia la tierra.
—¿Ex prometido? —pregunté, temerosa.
—Sí. Al volver...
Odeth había estado ilusionada con ese compromiso. Pero ese ser despreciable la dejó cuando todos comenzaron a hablar. No quiso casarse con una mujer que, abiertamente, ya no era "pura". No la amaba realmente. No hay otra explicación.
—Perdóname —dije, abrazándola de repente—. Si no fuera por mí, tú no habrías estado en esa carroza. Si no le hubiera insistido al duque en ese viaje repentino... nada de esto habría pasado. Y estarías a punto de casarte.
Me devolvió el abrazo.
—Yo no podría culparla. ¿Cómo iba usted a saber algo así?
Nos separamos con suavidad. Ella sacó un pañuelo y se sonó la nariz para poder respirar de nuevo.
—Mario no soportó la presión social... ni la de su familia. No luchó por mí. Al final solo dijo que, aunque sabía que yo era buena, no tenía suerte... y que él no podía arriesgar su vida por alguien como yo.
Ahora era ella quien llenaba las copas.
—Es un desgraciado. Un poco hombre —vociferó Cielo en mi cabeza.
Siguió con una retahíla de insultos que no me atrevería a repetir, y otros que ni siquiera conocía, pero que definitivamente eran malas palabras.
—No me digas que no... le haré algo muy, muy malo a ese hombre. Me aseguraré de que sufra.
—Haz lo que quieras —le respondí—. Lo que sea que le hagas... se lo merece.
—¿Y qué dijo tu familia? —pregunté con cautela.
Una sonrisa triste se dibujó en su rostro.
—Que era una desgracia. Que ahora que mi prometido me había dejado y todos sabían lo que pasó, ningún hombre querría casarse conmigo. Me recomendaron encerrarme en un convento. Quieren que sea monja.
Me quedé helada. Es tan difícil ser mujer. A veces parece que somos seres desechables para nuestras familias. Objetos cuyo valor depende de...
—Termina ese pensamiento —dijo Cielo, furiosa—. Depende de que un desgraciado te haya metido su pene.
Me habría gustado contradecirla... pero en la mayoría de los casos, es cierto.
—Ya había aceptado ingresar al convento... cuando llegó Alfonso con su carta —ahora su sonrisa era distinta, genuina—. Me alegré tanto al saber que había regresado. Y aún más cuando supe que a usted no la tocaron. Ya bastante tiene con... sus deberes maritales como para añadirle algo más terrible.
Me conmovía su bondad. Una mujer así merece una buena vida. Merece un final feliz. Fui yo quien ahora humedeció los labios en valor líquido.
—Antes de contarte mi parte de la historia... quiero que sepas que esos hombres están muertos. Todos pagaron con sus vidas por ese crimen atroz. Y estoy segura de que sus almas no irán a ningún buen lugar —dije con convicción. Cielo me había explicado algo al respecto—. ¿Eso te hace sentir un poco mejor?
Odeth secó sus ojos y asintió. Una ráfaga de viento nos revolvió el cabello y el agua comenzó a colarse al balcón. Corrimos la mesa hacia el interior, pero dejamos la ventana abierta. Queríamos que el viento fresco se llevara la tensión que comenzábamos a soltar.
—Yo creo que morí —dije, provocando que ambas se giraran hacia mí—. Durante el forcejeo me empujaron al suelo y mi cabeza se golpeó contra una roca. Sentí un dolor muy fuerte... y luego, oscuridad.
Mi amiga me miró con extrañeza, pero no me importó. Sabía que no sonaba sensato, pero necesitaba decirlo.
—Vi mi cuerpo en el piso. Flotaba sobre él. Y de pronto... estaba en otro lugar.
Cerré los ojos y respiré hondo.
—Nunca me había sentido tan bien, tan libre. Estuve tentada a avanzar, pero... algo me detuvo. No sé bien qué fue. Solo... me quedé.
La lluvia ahora era más tenue.
—Un milagro —dijo Odeth, con suavidad—. Estoy segura de que usted está aquí por algo. Dios es grande y misericordioso. Debe haber un propósito...
—¿Cómo puedes seguir creyendo en Él? —la interrumpí, perpleja—. ¿Cómo puede todo esto formar parte de un plan divino?
Agachó la cabeza. Me sentí mal por mi exabrupto.
—Algo más pasó, Odeth. Y tal vez eso es lo único bueno que puedo sacar de todo esto.
Entonces le conté sobre Cielo. Quién era, cómo era su personalidad, quién era su gran amor, y la forma tan particular en que se conocieron.
—Es como si todo se hubiera confabulado para que ellos dos pudieran encontrarse esa noche —dije, convencida.
Hice una pausa.
—¿Quieres que te demuestre que no miento?
Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respue
—Hora de levantarse, duquesa —digo, decidiendo que ya ha pasado suficiente tiempo en esa cama—. Es hora de vivir, por fin.Sigue cansada. Acostarse tarde y beber no son parte de su rutina, y aunque su cuerpo —como su alma— es joven, debe pagar la factura. Pero no me importa. La obligaré a aprovechar el tiempo, si es necesario. Se acostará tarde, hará escándalos, se avergonzará… pero, sobre todo, reirá y gozará como nunca. Es lo único que puedo hacer por ella.De mala gana toma el control y elige uno de los nuevos vestidos. He preparado un par de esencias para el baño y la animo a usarlas, elevando además la temperatura del agua con un pequeño toque de magia. Su cuerpo agradece el detalle: aunque físicamente ya eliminé los efectos del licor, su mente aún cree sentirlos. Necesitaba darle algo más en qué pensar. Y ya he elegido el cómo.El agua tibia, perfumada a lavanda, empieza a relajarla. Entonces, mi verdadero plan entra en acción.—¿Sabes lo que es un orgasmo? —pregunto, sabiendo ex
La situación es ilógica. Inmoral. Y, aun así, no puedo dejar de pensar en esa mujer: Cielo.Sé que mis opciones deberían ser solo dos: o ignorar lo que sea que fluye entre nosotros y devolverla a su marido o simplemente terminar con su existencia.Es una bruja. Aunque no sabía de su existencia, lo más razonable sería pensar que es tan peligrosa o más que un licántropo. Lo sensato habría sido destruirla en cuanto la descubrí conjurando junto al lago. Pero no pude. Algo me detuvo. Una fuerza invisible que no logro entender... una conexión que me frustra, me intriga... me retiene.No debí desearla, no debí tocarla, porque en el momento en que mi piel rozó la suya y mis labios probaron los suyos, firmé mi sentencia.—Voy a resolver los problemas de la duquesa en un mes —dijo con firmeza, observándome con intensidad—. Y después... vendré por ti.Esas fueron sus palabras y no pude evitar sentir que algo dentro de mí se agitaba con una intensidad que nunca creí posible. Ahí estaba la ferocida
Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se c
Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respu
Soy una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y jamás me faltó nada. Rodeada de atenciones y elogios desde la infancia, siempre supe que mi destino sería ventajoso.Sé que puede parecer presuntuoso, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más intenso que los de mi padre, no pasan desapercibidos. Mi cabello castaño cae con suavidad sobre una piel clara que muchos comparan con la porcelana. Durante los paseos por los jardines y los bailes, sentía sobre mí miradas de admiración bajo la orgullosa vigilancia de mis padres.Siempre supe que encontrarían para mí un esposo adecuado. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma albergaba la ingenua esperanza de casarme por amor.Todo marchaba con apacible normalidad, hasta que los negocios de mi padre comenzaron a desmoronarse. En las noches silenciosas de nuestra casa, me convertí en testigo involuntario de discusiones sofocadas tras puertas entreabiertas.Mis hermanos, aunque mayores, no lograb
──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────Sé que cabo de tener un extraño sueño, pero no lo recuerdo.Un dolor punzante me late en el costado de la cabeza. Me retuerzo con incomodidad antes de abrir los ojos y, al hacerlo, me invade el desconcierto.El lugar en el que me encuentro es de apariencia antigua y miserable: paredes de piedra húmeda, un suelo de tierra compacta y un hedor rancio que me revuelve el estómago. No tengo idea de dónde estoy, pero hay algo más, algo que se siente distinto... aunque aún no sé qué es.Intento ordenar mis pensamientos. Lo último que recuerdo es caer en una trampa y ser alcanzada por el destello dorado de uno de los hechizos de Mariana. Esa bruja codiciosa ansiaba mi grimorio. Pero si sigo viva, significa que algo no salió como ella esperaba. Y eso quiere decir que aún puedo recuperarlo.Un portazo interrumpe mis pensamientos.La puerta de madera se abre de golpe, dejando entrar a un hombre de unos cuarenta años. Su aspecto es deplorable: barba rala y sucia, ropas raídas, un