El sol se alzaba apenas por el horizonte, cubierto por un velo opaco de nubes. En aquella tierra olvidada por la magia, cada paso se sentía más pesado, no por el terreno… sino por la desconexión. No había viento, ni canto de criaturas. Todo parecía suspendido, como si el mismo mundo contuviera el aliento.
Adelia caminaba al frente del grupo. Su capa manchada de sangre seca ondeaba levemente, y sus ojos brillaban con una determinación forjada a golpes de dolor y fuego. A su lado, Kal mantenía el ritmo, siempre atento, mientras dos centinelas alados sobrevolaban en silencio, más como vigías que como presencia tranquilizadora.
Ethan, aún débil, era transportado con sumo cuidado en una camilla levitada por Adelia. Aunque el esfuerzo mágico era grande, ella se negaba a que otro lo hiciera. Su magia palpitaba débilmente, drenada aún por la batalla reciente, pero no cedía. No mientras él respirara.
—Vamos bien —dijo Kal, después de revisar el mapa fragmentado—. Según este relieve… el segundo