Mientras Adelia, Ethan, Kal y el resto de su grupo se adentraban cada vez más en los confines desconocidos del continente, el Reino de Sangre —dominio del rey vampiro Drak— se sumía en una noche perpetua de vigilancia, estrategia y contención.
Desde la partida de Adelia, la situación en el reino se había tornado tensa y volátil. El rey Drak, aunque mantenía su porte solemne y sereno, había intensificado las defensas en torno a las fronteras del dominio. Las incursiones demoníacas se habían vuelto más frecuentes, y aunque eran repelidas con éxito, cada enfrentamiento dejaba una cicatriz.
Las ciudades subterráneas resguardadas por la estirpe vampírica resplandecían menos. Había más soldados que comerciantes, más patrullas que festejos. Los ancianos del consejo vampírico hablaban entre lamentos. Muchos de ellos, aunque respetaban a su rey, temían que la conexión emocional con el mal lo debilitara, lo volviera vulnerable.
Un día antes de la luna negra —la noche donde los portales del Vací