Avanzaron hasta donde una gran raíz en espiral emergía del suelo, como la garra de una criatura mitológica. A su alrededor, pequeñas flores violetas y hongos luminosos formaban un círculo natural. Era un nodo mágico, un punto de confluencia. Allí decidieron descansar. Mientras algunos preparaban té de hierbas y otros inspeccionaban el terreno, Adelia se sentó en silencio, cerrando los ojos. La piedra guía seguía latiendo en su mano. Fue entonces cuando lo sintió. Un susurro en su mente. Una voz que no era suya, pero que tampoco le era extraña. “El tercer sello… descansa donde la verdad duerme y la traición sangró.” Abrió los ojos de golpe. Nadie más parecía haber escuchado nada.
Kal notó su expresión.
—¿Visión?
—Una advertencia —respondió ella—. O un recuerdo.
La marcha continuó. A medida que avanzaban, la niebla fue disipándose lentamente para revelar una zona húmeda y fangosa. Era un terreno pantanoso salpicado de árboles nudosos cuyas raíces sobresalían como dedos esqueléticos.
—Ma