La luna llena se alzaba una vez más sobre los cielos de la montaña sagrada, iluminando con su plata sobrenatural los campos de entrenamiento de la manada Luna Azul. Hacía un par de días desde el ataque demoníaco, y aunque las heridas en los cuerpos ya sanaron, las del alma seguían supurando en silencio. Sin embargo, algo nuevo germinaba entre ellos. Una determinación, un resurgimiento que comenzaba a reflejarse en los ojos de cada guerrero. El Alfa Kael se mantenía firme. Desde aquella noche sangrienta, había dejado de vivir en el pasado y comenzado a trabajar por el futuro. Cada día se entrenaba con los jóvenes, compartía la mesa con los obreros, y dedicaba oraciones a Selene junto a los ancianos al amanecer. La manada entera notaba el cambio. No era un alfa que mandaba desde un trono, sino uno que caminaba con ellos, cargando la culpa como escudo y la esperanza como espada. Las mujeres mayores comenzaron a recordar en voz alta las canciones antiguas, aquellas que narraban los víncul