El viaje hacia Khyren fue más silencioso de lo que Adelia esperaba. A medida que se adentraban en las tierras del este, los signos de vida humana se desdibujaban. Aldeas vacías, caminos rotos, animales muertos sin heridas visibles. Todo olía a magia negra. Pero no era como la que Marian manipuló una vez. Era más antigua. Más corrupta.
—Esto no es solo una grieta —dijo Cedric, frunciendo el ceño—. Es una enfermedad que se ha ramificado.
Ethan montaba su caballo en silencio, siempre un paso delante de Adelia, atento a los sonidos del bosque. Ella, por su parte, montaba con paso firme, sin mostrar miedo. Tras su última transformación, se sentía más en sintonía con su loba interior. Su magia se despertaba con más facilidad. Las emociones fluían hacia su cuerpo como electricidad a un conductor perfecto.
Al anochecer, acamparon junto a un arroyo. Drak, como era costumbre, desapareció con la excusa de “explorar las sombras a solas”. Cedric dormía recostado junto al fuego. Adelia y Ethan comp