El regreso a la ciudad fue abrupto.
El cielo gris, el tráfico interminable y el ruido constante contrastaban violentamente con el silencio seductor de la isla. Para Valeria, era como despertar de un sueño peligroso y volver a una realidad que la obligaba a fingir, a esconder lo que ardía dentro de ella.
Desde el primer día quedó claro cuál era el rol de cada uno.
Durante el día, Adrian Blackwood volvió a ser el CEO impecable, distante, inalcanzable. Sus trajes oscuros, su mirada fría, su voz firme en las reuniones. Para todos, Valeria no era más que una empleada eficiente, discreta, casi invisible.
Nada más.
Ni una mirada prolongada. Ni un gesto fuera de lugar. Ni una palabra que delatara lo que compartían.
Pero en la noche…
en la soledad del apartamento…
todo cambiaba.
Ahí no existían jerarquías visibles, ni consejos directivos, ni esposas, ni contratos sociales. Solo estaban ellos dos, cargados de una tensión que no se disipaba, que explotaba en silencios largos, en miradas que quem