El avión de Adrian despegó dejando atrás la ciudad iluminada, pero aunque su cuerpo estaba a miles de metros de distancia, su mente no podía despegar de Valeria. Cada paso que ella daba, cada mirada que compartía, cada interacción, estaba siendo observada por él a través de su gente que dejó al cuidado de Valeria. Su necesidad de control y de mantenerla segura, aunque ella no lo supiera, lo hacía sentirse dueño absoluto de cada instante de su vida.
Valeria, por su parte, se movía por la vida diaria como un huracán de emociones contenidas. Sabía que Adrian estaba lejos, y aunque no podía sentir su presencia física, lo sabía siempre cerca de manera invisible, vigilando, pendiente de cada movimiento suyo. Ese conocimiento la hacía sentirse a la vez protegida y atrapada, una contradicción que la desgastaba emocionalmente.
Decidió aprovechar la ausencia de Adrian para visitar a su familia, a sus padres, y sumergirse en la calidez de su hogar, algo que no había sentido en semanas debido a l