El frío de la piedra se filtraba a través de la delgada tela de su vestido. Eva se abrazó a sí misma, recorriendo con la mirada las paredes de aquella cámara subterránea donde Lucian la había confinado. La luz de las antorchas proyectaba sombras danzantes sobre los muros antiguos, revelando símbolos tallados en la roca viva. Runas. Protecciones. Prisión.
—Para mantenerte a salvo —había dicho él antes de cerrar la pesada puerta de hierro.
Pero Eva solo podía sentir el sabor amargo de la traición en su boca. Después de todo lo que habían compartido, después de cada secreto revelado, cada caricia robada, cada promesa susurrada... él la había encerrado como a un animal peligroso.
Se levantó del catre improvisado y caminó hasta la pared más cercana. Sus dedos recorrieron los símbolos tallados, algunos tan antiguos que apenas se distinguían bajo siglos de humedad y abandono. No necesitaba traducirlos para entender su propósito: contención, supresión, silencio.
—No soy tu prisionera —murmuró