El bosque se cerraba a su alrededor como una trampa viviente. Eva corría entre la maleza, con la respiración entrecortada y el corazón martilleando contra sus costillas. Las ramas arañaban su piel, pero el dolor físico era insignificante comparado con la tormenta que se desataba en su interior. Algo antiguo y poderoso pulsaba en sus venas, como si la sangre hubiera sido reemplazada por fuego líquido.
—¡Eva! —La voz de Lucian resonaba a lo lejos, persiguiéndola como un eco maldito—. ¡Detente! ¡No sabes lo que hay ahí fuera!
Pero ella no podía detenerse. No después de lo que había descubierto en la cámara. No después de ver aquellos símbolos que parecían hablarle en un idioma que nunca había aprendido pero que, de alguna manera, comprendía perfectamente.
La luna llena se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras que danzaban a su alrededor. Eva se detuvo un instante, desorientada. El bosque parecía respirar, como si cada árbol, cada hoja, cada partícula de tierra fuer