El desierto tiene una forma particular de desnudar el alma. Quizás sea el calor implacable que derrite las capas de protección, o tal vez la inmensidad del paisaje que hace que cualquier secreto parezca insignificante. Lo cierto es que mientras caminaba junto a Marcus bajo el sol abrasador, sentía que mis defensas se evaporaban como el sudor en mi frente.
Habíamos dejado el refugio temporal hace tres horas. Según Marcus, debíamos movernos constantemente para evitar ser rastreados. La paranoia se había convertido en nuestra mejor amiga, la única en quien podíamos confiar plenamente.
—Descansaremos en aquella formación rocosa —señaló Marcus hacia unas piedras que se alzaban como dedos retorcidos en el horizonte—. Nos dará sombra y un punto de observación.
Asentí sin energía. El cansancio físico era solo una parte de mi agotamiento. Lo verdaderamente extenuante era la batalla interna que libraba desde hace días.
Marcus Blackthorne. El hombre que había arruinado mi investigación sobre el