Amelia se quedó inmóvil frente a Kael, el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar. El bosque entero parecía contener el aliento. Las sombras se movían lentamente entre los árboles, como si la noche observara en silencio.
Pero nada imponía más que él.
Kael estaba a pocos pasos, respirando con dificultad, los hombros tensos, las manos temblando. El control que normalmente lo definía estaba hecho pedazos. Sus ojos—los ojos de Nairo—brillaban en un dorado salvaje, tan dilatados que apenas quedaba rastro del humano.
Un gruñido le vibraba en el pecho, oscuro y ronco, cada vez más profundo.
Amelia tragó saliva.
—Kael… —susurró, dando un paso pequeño, calculado, sin apartar los ojos de los suyos—. Mírame. Estoy aquí.
Él retrocedió apenas un centímetro, mandíbula apretada. Cada músculo de su cuerpo temblaba como si luchara contra cadenas invisibles.
Era Nairo.
No el alfa.
No el hombre.
El lobo.
Y estaba perdiendo el control.
Amelia sintió su propia loba, Astrynn, vibrar bajo s