La madrugada cae sobre la manada Luna de Plata como un manto espeso.
No es una noche normal, aunque el bosque intente fingir lo contrario.
Las hojas se mueven con brisas suaves, los animales nocturnos vuelven a sus rutinas, y la luna, ya más baja en el cielo, parece agotada después de haber sido testigo de un nacimiento más. Un nacimiento… y algo más.
Acompañé a Amelia hasta que estuvo completamente dormida. Luego me quedé un rato sentado a su lado, solo observándola, asegurándome de que respirara con normalidad, de que su cuerpo no temblara de más, de que su piel no se sobresaltara por espasmos residuales de la transformación.
Cuando por fin regresé a mi casa, el silencio me recibió como un golpe.
Cerré la puerta.
Me apoyé en ella.
Respiré hondo.
Y todo lo que había intentado mantener firme comenzó a quebrarse.
Había algo mal.
Lo había sentido desde el claro.
No sabía qué era.
No podía nombrarlo.
Pero había algo allí, un hueco, una sombra, un silencio cargado que se había colad