Luna
La luz del atardecer se filtraba por las ventanas de la cabaña, tiñendo todo de un cálido tono dorado. Luna observaba cómo las partículas de polvo danzaban en los rayos de sol mientras permanecía sentada en el alféizar de la ventana, con las rodillas recogidas contra su pecho. El bosque que rodeaba la cabaña de Zane parecía diferente hoy, menos amenazante, casi acogedor.
Habían pasado tres días desde el ataque, tres días en los que Zane apenas se había separado de ella. Tres días en los que algo había cambiado entre ellos, como si una barrera invisible hubiera comenzado a desmoronarse.
Luna respiró profundamente, dejando que el aroma a pino y tierra húmeda llenara sus pulmones. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía la urgencia de huir, de esconderse. Por primera vez, sentía que podía pertenecer a algún lugar.
—¿En qué piensas? —La voz de Zane la sobresaltó ligeramente. No lo había oído acercarse.
Luna giró la cabeza para mirarlo. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con