El día siguiente al encuentro con Coromoto no mostró ni un atisbo de compasión hacia Ángel. Desde el instante en que salió de su trabajo, una sensación densa y sofocante lo envolvía: el peso del intento fallido de conversación de la tarde anterior lo seguía como una sombra viscosa, adherida a su piel y su mente, imposible de apartar.
Las palabras de ella no se disipaban; al contrario, persistían como ecos punzantes que martillaban su conciencia con una crueldad casi tangible. "Fuiste un juego... fuiste un juego desde el principio...no olvides soy una Veneca" Esa frase se repetía sin tregua, como un mantra envenenado que carcomía su estabilidad emocional, dispersando su dolor como tinta derramada en un vaso de agua.Era imposible evitarla, imposible olvidarla.No desayunó, no tuvo hambre, ni energía, ni voluntad. Apenas si notó el paso de las horas.El reloj, imperturbable, marcaba el tiempo como si se burlara de su parálisis interna. El silencio del apart