Eran exactamente las 19:34 de ese lunes, un día cualquiera en apariencia, pero que marcaría un antes y un después en el corazón de Ángel.
Él estaba allí, apoyado con los hombros caídos en el umbral de una de las entradas del hospital, justo la que daba hacia el pequeño parque donde tantas veces había intentado calmar sus pensamientos y compartió tantos otros momentos junto a ellaObservaba en silencio cómo el atardecer comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados, rojizos y rosados, como si la naturaleza intentara ofrecer un espectáculo gratuito solo para él.El momento tenía una quietud extraña, una paz incómoda.Era como si todo el universo se hubiera detenido por unos segundos, regalándole una pausa, un instante suspendido, para que pudiera pensar, o quizá recordar.Y entonces, como si la vida le jugara una última carta, la vió.Coromoto cruzaba la calle. Su andar era lento, casi tímido, como si cada paso le costara el doble. Sin embargo, su