El tiempo había pasado rápido, como una película que se proyecta en alta velocidad, haciendo que Coromoto no tuviera oportunidad de procesar del todo lo que había estado sucediendo en los últimos dias.
Todo parecía estar en constante movimiento, y ella, atrapada en el torbellino de sus propios miedos y decisiones, no encontraba un lugar donde poder detenerse. La relación con Ángel había sido un refugio durante todos estos meses, una esperanza, una chispa de lo que podría haber sido una vida diferente. Pero esa vida no era tan fácil de alcanzar, no mientras estuviera atada a su matrimonio con William. La mañana de ese 30 de enero comenzó como cualquier otra, pero algo en el aire le decía a Coromoto que ese día sería distinto. El sol, a través de las cortinas, se colaba tímidamente en la habitación, como si estuviera tratando de iluminar su corazón, pero ella sabía que ese brillo no sería suficiente para alejar la oscuridad que sentía dentro de ella. La decisión seguía ahí, grabada en su mente como un eco que la atormentaba: "no podía abandonar a William" A pesar de los gritos, a pesar de los golpes físicos y emocionales, a pesar de vivir en una mentira, sentía que su obligación como madre, y su miedo a perder a sus hijos, la ataban a él. La idea de enfrentarse a las consecuencias de un rompimiento con William eran más grandes que su amor por Ángel, en ese momento La balanza no estaba equilibrada. ¿Qué haría William si lo dejara? ¿Cómo le explicaría a sus hijos? ¿Y si William se convertía en algo mucho peor? —se preguntaba— Y entonces, el miedo ganaba, como siempre lo hacía. Ella sabía que su amor por Ángel era genuino, pero su responsabilidad como madre, su miedo al rechazo por parte de ellos, incluso a una futura violencia, eran más grandes. El amor no siempre podía ser la respuesta, al menos no en este momento. Coromoto había decidido seguir con su vida, con su vida con William, aunque su corazón le gritara que la única forma de encontrar paz sería escapar hacia Ángel. Pero la realidad, esa que golpea con la dureza de un martillo, la mantenía cautiva, atrapada en una jaula de decisiones, con las llaves dentro de ella misma. Esa mañana, Coromoto se vistió con rapidez. Los pensamientos seguían como sombras en su mente, pero las palabras de Ángel resonaban con fuerza. ¿Qué pasaría si tomaba la decisión de huir, de cambiar su vida? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿O seguiría atrapada, sin fuerzas para liberarse? Decidió no escribirle a Ángel, no llamarlo. No quería causarle más dolor. No quería que él la viera como una cobarde, pero tampoco quería que su ausencia lo llenara de preguntas sin respuestas. A veces, el amor no es suficiente para superar los miedos. Coromoto salió de su casa esa mañana. No estaba segura de ¿por qué no le dijo un adiós a Ángel,? ¿por qué no le dejó un mensaje?. Tal vez no encontraba las palabras adecuadas, Quizás su miedo le había robado la oportunidad de despedirse, Quizás en su corazón, ya lo había decidido. no podía seguir con esa vida, pero no se atrevió a dar el paso. En ese momento, ella no lo sabía, pero algo dentro de ella había decidido desaparecer, alejarse sin dejar rastro de Ángel. Durante todo ese día, Ángel intentó comunicarse con ella. Le mandó mensajes, la llamó en varias ocasiones, pero Coromoto nunca contestó. A medida que las horas pasaban, el temor de Ángel se transformaba en desesperación. Su corazón le decía que algo no estaba bien, pero no sabía ¿qué?. No podía comprender ¿por qué Coromoto se había alejado de él de esa manera?. El sol se escondió esa tarde, y la noche llegó sin noticias. Ángel, devastado, no pudo evitar la angustia que lo consumía. El vacío en su pecho no hacía más que crecer, y las dudas lo atormentaban. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué Coromoto había decidido irse sin explicaciones? Su amor por ella se había hecho tan grande que la ausencia de ella lo estaba ahogando, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí mismo. Coromoto al otro día no llegó a trabajar, ninguno de los colegas en el hospital ,ni sus amigas tenían una respuesta para darle, Sus mensajes se quedaron sin respuesta, y las llamadas a su número fueron en vano. No podía entender ¿qué había ocurrido?. No sabía ¿por qué se había ido, ni qué la había impulsado a desaparecer así, sin decir nada? Los días se convirtieron en semanas, y Ángel se encontró perdido. Sin Coromoto, su mundo ya no tenía color, ya no tenía rumbo. Cada rincón de su vida parecía vaciarse de significado. Sin ella, los rincones que habían compartido no eran más que una estructura vacía, un eco de lo que había sido un amor verdadero. Las dudas comenzaron a acumularse en su corazón. ya no sabía como manejar la angustia la incertidumbre de no saber si todo seguiría en pie. La tristeza lo abrazó por completo, y la idea de que algo fatal había ocurrido se instaló en su corazón. Coromoto desapareció, no porque quisiera dejar todo atrás, sino porque en algún rincón de su alma sintió que no podía enfrentarse a las consecuencias de su amor por Ángel, ni a la responsabilidad de su familia. A veces, la mente actúa de maneras que el corazón no entiende, y Coromoto se convirtió en prisionera de su propia decisión. Ángel la buscó incansablemente, pero nunca la encontró. Nadie pudo darle respuestas o quizás nadie quería dársela. La desaparición de Coromoto fue un misterio, una grieta que no pudo sanar. Y aunque la esperanza de un futuro con ella seguía en su mente, el destino, con sus extraños giros, ya había decidido que esa historia no tendría un final feliz. Coromoto se había ido, y con su partida, también se desvaneció la última esperanza de Ángel.El tiempo, sin piedad continuaba su marcha y con él, la tristeza de Ángel no hacía más que crecer.Cada día era una repetición del anterior, una cadena de horas vacías que solo servían para alimentar su melancolía. El paso de los días no traía consuelo ni olvido, solo acumulaba ausencias, recuerdos y preguntas sin respuesta.Las semanas se convirtieron en meses, y la ausencia de Coromoto lo envolvía como una niebla espesa e impenetrable.Cada amanecer llegaba sin esperanza, con el mismo nudo en el estómago, la misma sensación de desamparo. Se despertaba con los ojos abiertos al techo, como esperando una señal, un indicio de que ella regresaría, de que todo había sido una pesadilla. Pero nada cambiaba. El vacío era constante, inamovible.El teléfono seguía mudo, los mensajes sin respuesta, y la búsqueda que había iniciado no había dado frutos.Las pistas se desvanecían, los contactos cerraban puertas, los conocidos fingían ignorancia. Nadie sabía nada sobre su paradero, o quizás na
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p