Los días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente.
La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía. Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma. Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio. Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora. Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza. Coromoto estaba en la cocina, preparando la cena para sus hijos. William había llegado antes de lo habitual, y ella no podía evitar sentir una punzada de ansiedad en el pecho, algo en su actitud había cambiado. No le dirigió un saludo, no hubo ninguna sonrisa. Solo la mirada fija, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. El aire, pesado, parecía ahogarla. —¿Dónde estabas? —preguntó William sin preámbulos, con un tono frío, cortante. Coromoto se detuvo un momento, el cuchillo aún en su mano. Sabía que debía responder con cautela, pero la sensación de estar siendo observada la llenaba de incomodidad. —Estaba en casa, como siempre —respondió, sin atreverse a mirarlo a los ojos. William la miró fijamente, como si analizara cada palabra. El silencio entre ellos se alargó, y un mal presentimiento comenzó a crecer en el pecho de Coromoto, en esos momentos, sabía que William no buscaba solo una respuesta. Él ya sabía algo, o al menos, sospechaba algo. Y la idea de que su secreto pudiera salir a la luz la aterraba. —¿Con Ángel? —la pregunta de William cortó el aire. Su voz, aunque baja, llevaba consigo la carga de una verdad oculta. Era una acusación disfrazada de pregunta. Coromoto dio un paso atrás, el sudor frío comenzando a cubrir su frente. Los latidos de su corazón parecían retumbar en sus oídos. No sabía ¿qué hacer, qué decir?. ¿Cómo podía defender lo indefendible? ¿Cómo podía negar lo que ya se había vuelto tan obvio para él? —No sé de qué hablas —dijo, aunque sabía que era una mentira. Una mentira que se desmoronaba antes de que pudiera completarla. William avanzó hacia ella, sus pasos pesados, su presencia imponente. La furia en sus ojos era palpable, y Coromoto lo sintió como una presión contra su pecho, casi insoportable. —No mientas, Coromoto. Sé que hay algo entre ustedes —dijo, con un tono de desprecio que le hizo erizar la piel. Sus palabras se volvieron más rápidas, más agresivas— Todo este tiempo, me has estado engañando. ¿Por qué? ¿Qué necesitas de él que no puedas obtener de mí? Coromoto, incapaz de soportar más el peso de su mirada, bajó la cabeza. Las lágrimas comenzaban a asomarse a sus ojos, pero luchó contra ellas. Sabía que no podía quebrarse ahora, no podía dejar que él viera lo frágil que realmente estaba. —William, por favor… —sus palabras eran casi un susurro, como si intentara calmar la tormenta que se desataba en él. Pero todo fue en vano. En un movimiento brusco, William la empujó hacia la pared, su fuerza desbordando el control que había mantenido. Coromoto tropezó, cayendo ligeramente hacia atrás, pero logró mantenerse en pie. Su corazón latía con fuerza, su cuerpo tenso, pero sabía que no podía retroceder más. No podía vivir así, ya no podía seguir soportando esta violencia. —¡Basta, William! —gritó, sorprendida por la fuerza que había encontrado en su voz. Pero las palabras fueron inútiles. Él ya estaba cegado por la ira. La relación que una vez había sido su refugio, su hogar, ahora era el escenario de su sufrimiento. El amor, si alguna vez existió en él, se había perdido en el tiempo y en las mentiras. Y ahora, solo quedaba la rabia, el dolor, y la sensación de estar atrapada en un ciclo que parecía no tener fin. William, con la respiración agitada, la observó por un momento. Su rostro estaba retorcido por el enojo, y su mirada fría no mostraba ni una pizca de arrepentimiento. Coromoto temió que el próximo paso fuera peor, que el siguiente golpe fuera más fuerte, más doloroso. Pero lo que más le dolía era que, por más que luchara con todas sus fuerzas, no podía cambiar lo que ya estaba sucediendo. El amor que había sido un refugio se había convertido en una prisión. Y ella ya no sabía cómo escapar. La tarde continuó sin piedad, y Coromoto se encontró atrapada en un dilema desgarrador: seguir soportando la violencia y el miedo o arriesgarlo todo por una libertad incierta. Esa noche, mientras el silencio se apoderaba de la casa, Coromoto se sentó en la cama, sintiendo que el mundo que había conocido se desmoronaba. Sabía que ya no podía continuar con esta mentira, que su vida, tal como la había conocido, estaba a punto de romperse en pedazos. Y sin embargo, no encontraba la fuerza para tomar la decisión que le cambiaría la vida. Entre el amor por Ángel y el miedo a lo que podía ocurrir si se enfrentaba a la realidad. Coromoto se dio cuenta de que estaba atrapada, más que nunca, en un laberinto del que no sabía cómo salir, si es que existía en realidad una salida.El tiempo había pasado rápido, como una película que se proyecta en alta velocidad, haciendo que Coromoto no tuviera oportunidad de procesar del todo lo que había estado sucediendo en los últimos dias. Todo parecía estar en constante movimiento, y ella, atrapada en el torbellino de sus propios miedos y decisiones, no encontraba un lugar donde poder detenerse. La relación con Ángel había sido un refugio durante todos estos meses, una esperanza, una chispa de lo que podría haber sido una vida diferente. Pero esa vida no era tan fácil de alcanzar, no mientras estuviera atada a su matrimonio con William.La mañana de ese 30 de enero comenzó como cualquier otra, pero algo en el aire le decía a Coromoto que ese día sería distinto. El sol, a través de las cortinas, se colaba tímidamente en la habitación, como si estuviera tratando de iluminar su corazón, pero ella sabía que ese brillo no sería suficiente para alejar la oscuridad que sentía dentro de ella.La
El tiempo, sin piedad continuaba su marcha y con él, la tristeza de Ángel no hacía más que crecer.Cada día era una repetición del anterior, una cadena de horas vacías que solo servían para alimentar su melancolía. El paso de los días no traía consuelo ni olvido, solo acumulaba ausencias, recuerdos y preguntas sin respuesta.Las semanas se convirtieron en meses, y la ausencia de Coromoto lo envolvía como una niebla espesa e impenetrable.Cada amanecer llegaba sin esperanza, con el mismo nudo en el estómago, la misma sensación de desamparo. Se despertaba con los ojos abiertos al techo, como esperando una señal, un indicio de que ella regresaría, de que todo había sido una pesadilla. Pero nada cambiaba. El vacío era constante, inamovible.El teléfono seguía mudo, los mensajes sin respuesta, y la búsqueda que había iniciado no había dado frutos.Las pistas se desvanecían, los contactos cerraban puertas, los conocidos fingían ignorancia. Nadie sabía nada sobre su paradero, o quizás na
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida