Los días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente.
La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía.
Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma.
Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio.
Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora.
Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza.
Coromoto estaba en la cocina, preparan