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CAPITULO 27: La ruptura

Los días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente.

La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía.

Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma.

Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio.

Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora.

Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza.

Coromoto estaba en la cocina, preparando la cena para sus hijos.

William había llegado antes de lo habitual, y ella no podía evitar sentir una punzada de ansiedad en el pecho, algo en su actitud había cambiado. No le dirigió un saludo, no hubo ninguna sonrisa. Solo la mirada fija, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos.

El aire, pesado, parecía ahogarla.

—¿Dónde estabas? —preguntó William sin preámbulos, con un tono frío, cortante.

Coromoto se detuvo un momento, el cuchillo aún en su mano.

Sabía que debía responder con cautela, pero la sensación de estar siendo observada la llenaba de incomodidad.

—Estaba en casa, como siempre —respondió, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

William la miró fijamente, como si analizara cada palabra.

El silencio entre ellos se alargó, y un mal presentimiento comenzó a crecer en el pecho de Coromoto, en esos momentos, sabía que William no buscaba solo una respuesta.

Él ya sabía algo, o al menos, sospechaba algo. Y la idea de que su secreto pudiera salir a la luz la aterraba.

—¿Con Ángel? —la pregunta de William cortó el aire.

Su voz, aunque baja, llevaba consigo la carga de una verdad oculta.

Era una acusación disfrazada de pregunta.

Coromoto dio un paso atrás, el sudor frío comenzando a cubrir su frente.

Los latidos de su corazón parecían retumbar en sus oídos.

No sabía ¿qué hacer, qué decir?. ¿Cómo podía defender lo indefendible? ¿Cómo podía negar lo que ya se había vuelto tan obvio para él?

—No sé de qué hablas —dijo, aunque sabía que era una mentira.

Una mentira que se desmoronaba antes de que pudiera completarla.

William avanzó hacia ella, sus pasos pesados, su presencia imponente.

La furia en sus ojos era palpable, y Coromoto lo sintió como una presión contra su pecho, casi insoportable.

—No mientas, Coromoto. Sé que hay algo entre ustedes —dijo, con un tono de desprecio que le hizo erizar la piel.

Sus palabras se volvieron más rápidas, más agresivas—

Todo este tiempo, me has estado engañando. ¿Por qué? ¿Qué necesitas de él que no puedas obtener de mí?

Coromoto, incapaz de soportar más el peso de su mirada, bajó la cabeza.

Las lágrimas comenzaban a asomarse a sus ojos, pero luchó contra ellas.

Sabía que no podía quebrarse ahora, no podía dejar que él viera lo frágil que realmente estaba.

—William, por favor… —sus palabras eran casi un susurro, como si intentara calmar la tormenta que se desataba en él. Pero todo fue en vano.

En un movimiento brusco, William la empujó hacia la pared, su fuerza desbordando el control que había mantenido.

Coromoto tropezó, cayendo ligeramente hacia atrás, pero logró mantenerse en pie.

Su corazón latía con fuerza, su cuerpo tenso, pero sabía que no podía retroceder más.

No podía vivir así, ya no podía seguir soportando esta violencia.

—¡Basta, William! —gritó, sorprendida por la fuerza que había encontrado en su voz. Pero las palabras fueron inútiles.

Él ya estaba cegado por la ira.

La relación que una vez había sido su refugio, su hogar, ahora era el escenario de su sufrimiento.

El amor, si alguna vez existió en él, se había perdido en el tiempo y en las mentiras. Y ahora, solo quedaba la rabia, el dolor, y la sensación de estar atrapada en un ciclo que parecía no tener fin.

William, con la respiración agitada, la observó por un momento.

Su rostro estaba retorcido por el enojo, y su mirada fría no mostraba ni una pizca de arrepentimiento.

Coromoto temió que el próximo paso fuera peor, que el siguiente golpe fuera más fuerte, más doloroso.

Pero lo que más le dolía era que, por más que luchara con todas sus fuerzas, no podía cambiar lo que ya estaba sucediendo.

El amor que había sido un refugio se había convertido en una prisión. Y ella ya no sabía cómo escapar.

La tarde continuó sin piedad, y Coromoto se encontró atrapada en un dilema desgarrador: seguir soportando la violencia y el miedo o arriesgarlo todo por una libertad incierta.

Esa noche, mientras el silencio se apoderaba de la casa, Coromoto se sentó en la cama, sintiendo que el mundo que había conocido se desmoronaba.

Sabía que ya no podía continuar con esta mentira, que su vida, tal como la había conocido, estaba a punto de romperse en pedazos. Y sin embargo, no encontraba la fuerza para tomar la decisión que le cambiaría la vida.

Entre el amor por Ángel y el miedo a lo que podía ocurrir si se enfrentaba a la realidad.

Coromoto se dio cuenta de que estaba atrapada, más que nunca, en un laberinto del que no sabía cómo salir, si es que existía en realidad una salida.

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