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CAPITULO 20: La revelación de William

Esa mañana, como tantas otras, William se levantó con el rostro impasible, apenas sin mostrar signos de la tormenta que comenzaba a gestarse en su interior.

Había algo en el aire, algo que no podía definir con exactitud, pero que lo inquietaba, algo en el comportamiento de Coromoto se había vuelto extraño últimamente, más de lo normal Como si no estuviera del todo presente, como si estuviera partida en dos, o peor aún, como si ya no estuviera del todo allí.

Mientras él revisaba el celular de Coromoto, que había dejado sobre la mesa en de busca algún mensaje, alguna pista, algo llamó su atención, al revisar encontró Un mensaje de Patricia, pero lo que vio en la pantalla lo hizo detenerse.

En la conversación entre amigas Patricia le había escrito

—“Estoy Acá con tu amor, se nota te extraña mucho”—

Al leer esas palabras, algo en él hizo clic

No era la primera vez que se sentía inquieto por la posible relación entre Coromoto y alguien más.

Jamás pensó que ese día llegaría o que algo así ocurriría, Pero leer esas palabras, tan claras y tan directas, le rompieron algo dentro de él. Un dolor profundo, oscuro, que creció con cada segundo que pasaba.

Se levantó de la mesa, con el celular en sus manos, como si no pudiera creer lo que había leído.

Se dirigió hacia el cuarto en busca de Coromoto, con el corazón retumbando en su pecho.

Estaba furioso, pero más allá de la rabia, sentía una traición que lo desgarraba por dentro. Había sido incapaz de mirar de frente a la verdad durante tanto tiempo, y ahora, de alguna manera, todo se le había revelado de golpe.

—¡Coromoto! —gritó, su voz llena de ira, mientras abría la puerta con fuerza.

Ella se encontraba sentada en la cama, perdida en sus pensamientos.

El impacto de su grito la hizo saltar. Con un gesto de sorpresa y miedo, levantó la mirada, pero en cuanto vio el rostro de William, comprendió que algo estaba terriblemente mal.

—¿Qué pasa? —preguntó, con un tono que intentaba esconder el pánico.

William levantó el celular, mostrándoselo sin decir una palabra.

Coromoto palideció al ver lo que él tenía en sus manos. En sus ojos brillaba una mezcla de desesperación y culpa.

—¿Qué significa esto? —preguntó William, su voz temblando de rabia.

—¿Qué es lo que estás haciendo Coromoto? ¿Estás con otro hombre? ¿Es eso lo que has estado haciendo mientras yo me he quedado aquí, pensando en como salvar esto que ya no existe?

Coromoto intentó responder, pero las palabras se atascaban en su garganta.

Estaba aterrada, el miedo la paralizaba, el dolor de ser descubierta y la culpa la ahogaban.

William no le dio tiempo para explicarse.

—¡No intentes darme explicaciones! —gritó, caminando hacia ella.

En un arrebato de furia, la empujó, con un golpe en su rostro, con tal violencia que la hizo caer contra la cama. —¡Eres una traidora! No tienes derecho a engañarme de esta forma.

Coromoto, temblando y llorando, llena de miedo levantó las manos para protegerse…

—por favor no me golpees— exclamó angustiada, pero él la ignoró por completo, y descargo su rabia y frustración sobre ella, la cercanía de su agresión la dejó completamente aterrada.

El dolor físico era nada comparado con la humillación emocional que sentía.

En sus ojos había un rencor que no podía comprender, una furia que no había anticipado.

Lo que más le dolía era la pérdida de la esperanza que había tenido de que, algún día, William la entendería, de que tal vez las cosas podrían mejorar. Pero, en ese momento, todo se desmoronaba.

Cuando William se dio cuenta de lo que había hecho, de la violencia que había dejado escapar, su rostro se transformó.

El odio en sus ojos se desvaneció, y fue reemplazado por una especie de vacío profundo.

Coromoto se quedó allí, en la cama, con los ojos vidriosos, y su rostro herido por las manos de ese que un día juro amarla, sin saber si debía llorar o quedarse callada. Nada de lo que dijera podría reparar el daño que había causado, nada podía devolver el tiempo.

—Ya no te quiero Coromoto. —La voz de William sonó rota, sin esperanza. —Pero tampoco puedo dejar que esto se quede así. Si me vas a traicionar, al menos hazlo con la verdad.

Coromoto no pudo soportar más. Se levantó lentamente, con el alma rota, y salió de la habitación sin decir una palabra.

Las puertas del hogar que una vez había considerado seguro se cerraban ante ella.

Esa misma noche, mientras las sombras se alargaban y la fría brisa de la madrugada invadía la ciudad, Coromoto se refugió en los brazos de Ángel.

No había palabras para lo que sentía. Solo el dolor, el miedo, la soledad.

Ángel la recibió sin preguntar, la envolvió en un abrazo que, aunque no solucionaba nada, al menos le daba consuelo en medio de su tormenta interna.

Le acarició el cabello y la sostuvo contra su pecho, sintiendo su angustia.

—Está bien Coromoto —le susurró, la voz suave pero firme.

Todo va a estar bien. No estás sola en esto.

Aunque, en el fondo, Ángel sabía que las cosas no serían fáciles.

El dolor de Coromoto era profundo, pero también lo era el suyo.

La culpa que ella sentía, las decisiones que no podía tomar, todo eso los envolvía en una neblina que los mantenía atrapados en un ciclo del que no podían escapar. Pero, por un instante, Ángel olvidó sus propios miedos, y solo pudo sentir el peso de la vulnerabilidad de Coromoto.

—Lo superaremos — le dijo, con una certeza que intentaba dar.

Pero en ese instante, tanto él como ella sabían que nada sería igual

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