Esa mañana, como tantas otras, William se levantó con el rostro impasible, apenas sin mostrar signos de la tormenta que comenzaba a gestarse en su interior.
Había algo en el aire, algo que no podía definir con exactitud, pero que lo inquietaba, algo en el comportamiento de Coromoto se había vuelto extraño últimamente, más de lo normal Como si no estuviera del todo presente, como si estuviera partida en dos, o peor aún, como si ya no estuviera del todo allí. Mientras él revisaba el celular de Coromoto, que había dejado sobre la mesa en de busca algún mensaje, alguna pista, algo llamó su atención, al revisar encontró Un mensaje de Patricia, pero lo que vio en la pantalla lo hizo detenerse. En la conversación entre amigas Patricia le había escrito —“Estoy Acá con tu amor, se nota te extraña mucho”— Al leer esas palabras, algo en él hizo clic No era la primera vez que se sentía inquieto por la posible relación entre Coromoto y alguien más. Jamás pensó que ese día llegaría o que algo así ocurriría, Pero leer esas palabras, tan claras y tan directas, le rompieron algo dentro de él. Un dolor profundo, oscuro, que creció con cada segundo que pasaba. Se levantó de la mesa, con el celular en sus manos, como si no pudiera creer lo que había leído. Se dirigió hacia el cuarto en busca de Coromoto, con el corazón retumbando en su pecho. Estaba furioso, pero más allá de la rabia, sentía una traición que lo desgarraba por dentro. Había sido incapaz de mirar de frente a la verdad durante tanto tiempo, y ahora, de alguna manera, todo se le había revelado de golpe. —¡Coromoto! —gritó, su voz llena de ira, mientras abría la puerta con fuerza. Ella se encontraba sentada en la cama, perdida en sus pensamientos. El impacto de su grito la hizo saltar. Con un gesto de sorpresa y miedo, levantó la mirada, pero en cuanto vio el rostro de William, comprendió que algo estaba terriblemente mal. —¿Qué pasa? —preguntó, con un tono que intentaba esconder el pánico. William levantó el celular, mostrándoselo sin decir una palabra. Coromoto palideció al ver lo que él tenía en sus manos. En sus ojos brillaba una mezcla de desesperación y culpa. —¿Qué significa esto? —preguntó William, su voz temblando de rabia. —¿Qué es lo que estás haciendo Coromoto? ¿Estás con otro hombre? ¿Es eso lo que has estado haciendo mientras yo me he quedado aquí, pensando en como salvar esto que ya no existe? Coromoto intentó responder, pero las palabras se atascaban en su garganta. Estaba aterrada, el miedo la paralizaba, el dolor de ser descubierta y la culpa la ahogaban. William no le dio tiempo para explicarse. —¡No intentes darme explicaciones! —gritó, caminando hacia ella. En un arrebato de furia, la empujó, con un golpe en su rostro, con tal violencia que la hizo caer contra la cama. —¡Eres una traidora! No tienes derecho a engañarme de esta forma. Coromoto, temblando y llorando, llena de miedo levantó las manos para protegerse… —por favor no me golpees— exclamó angustiada, pero él la ignoró por completo, y descargo su rabia y frustración sobre ella, la cercanía de su agresión la dejó completamente aterrada. El dolor físico era nada comparado con la humillación emocional que sentía. En sus ojos había un rencor que no podía comprender, una furia que no había anticipado. Lo que más le dolía era la pérdida de la esperanza que había tenido de que, algún día, William la entendería, de que tal vez las cosas podrían mejorar. Pero, en ese momento, todo se desmoronaba. Cuando William se dio cuenta de lo que había hecho, de la violencia que había dejado escapar, su rostro se transformó. El odio en sus ojos se desvaneció, y fue reemplazado por una especie de vacío profundo. Coromoto se quedó allí, en la cama, con los ojos vidriosos, y su rostro herido por las manos de ese que un día juro amarla, sin saber si debía llorar o quedarse callada. Nada de lo que dijera podría reparar el daño que había causado, nada podía devolver el tiempo. —Ya no te quiero Coromoto. —La voz de William sonó rota, sin esperanza. —Pero tampoco puedo dejar que esto se quede así. Si me vas a traicionar, al menos hazlo con la verdad. Coromoto no pudo soportar más. Se levantó lentamente, con el alma rota, y salió de la habitación sin decir una palabra. Las puertas del hogar que una vez había considerado seguro se cerraban ante ella. Esa misma noche, mientras las sombras se alargaban y la fría brisa de la madrugada invadía la ciudad, Coromoto se refugió en los brazos de Ángel. No había palabras para lo que sentía. Solo el dolor, el miedo, la soledad. Ángel la recibió sin preguntar, la envolvió en un abrazo que, aunque no solucionaba nada, al menos le daba consuelo en medio de su tormenta interna. Le acarició el cabello y la sostuvo contra su pecho, sintiendo su angustia. —Está bien Coromoto —le susurró, la voz suave pero firme. Todo va a estar bien. No estás sola en esto. Aunque, en el fondo, Ángel sabía que las cosas no serían fáciles. El dolor de Coromoto era profundo, pero también lo era el suyo. La culpa que ella sentía, las decisiones que no podía tomar, todo eso los envolvía en una neblina que los mantenía atrapados en un ciclo del que no podían escapar. Pero, por un instante, Ángel olvidó sus propios miedos, y solo pudo sentir el peso de la vulnerabilidad de Coromoto. —Lo superaremos — le dijo, con una certeza que intentaba dar. Pero en ese instante, tanto él como ella sabían que nada sería igualTodos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p
El día de Coromoto comenzó antes de lo habitual. Decidió salir de su casa más temprano de lo que estaba acostumbrada, con la intención de encontrarse con sus amigas antes de entrar al hospital, donde trabajaban en el área de limpieza. William y los niños seguían dormidos cuando ella se despidió con un beso en la frente de sus hijos.Al pasar por la puerta de la habitación de su esposo, no pudo evitar detenerse. Lo observó dormir profundamente, y una inquietante pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo era posible que un hombre tan tierno en sueños pudiera convertirse en una bestia cruel cuando despertaba? ¿Acaso ya no la amaba? ¿O nunca la había amado realmente? Se preguntó en un profundo silencio, mientras la oscuridad de la madrugada envolvía la casa. El único sonido que rompió el silencio fue un suspiro que escapó de sus labios.Al llegar al hospital, sus amigas ya la estaban esperando, como siempre. Era casi un ritual, una promesa no escrita de entrar juntas al turno. Pasaron varios mi