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CAPITULO 19: El peso de las desiciones

La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones.

Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer.

La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.

En el hospital, todo continuaba como siempre.

Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.

Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta.

 A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que la acompañaba constantemente, algo que no podía ignorar.

No importaba cuán fuerte fuera el deseo que sentía por Ángel.

La culpa, la culpa por lo que estaba haciendo, por traicionar a su familia, por no poder darle a sus hijos la madre que necesitaban, por estar, en cierto modo, viviendo una vida a medias.

Cada beso robado, cada sonrisa compartida, la alejaba más de la mujer que una vez fue: la esposa devota, la madre responsable. Y aunque su corazón seguía latiendo con fuerza por Ángel, la imagen de William, su esposo, se interponía como un muro en su mente. recordándole las promesas rotas, los días perdidos en un matrimonio que ya no existía más que en el papel.

Lo que más le costaba a Ángel era intentar comprender ¿cómo seguía interactuando con Claudia, la amante de William, como si nada hubiera ocurrido?. De hecho, era la amiga fiel que siempre había sido para ella, lo que la ponía en una situación aún más compleja.

Ángel, cada vez más desconcertado por la pasividad de Coromoto ante la situación, comenzaba a mirar con recelo cualquier gesto de cercanía entre Coromoto y Claudia.

La culpa se multiplicaba y aunque Coromoto trataba de ocultarla, algo dentro de ella sabía que estaba en una cuerda floja, a punto de caer.

Una tarde, cuando la luz del día comenzaba a desvanecerse, Ángel la esperó cerca del trabajo.

Los dos sabían que el momento de confrontar lo que había entre ellos se acercaba. Él, con la mirada profunda y preocupada, no podía evitar notar la tensión en la cara de Coromoto, que se mostraba vacilante, como si estuviera perdiendo el rumbo.

—Necesito saber lo que piensas, Coromoto —dijo Ángel con voz grave, dejando a un lado las palabras suaves que acostumbraba usar. El tono de su voz dejaba claro que no era un simple comentario, sino una petición urgente.

Coromoto suspiró, su mente confundida. Cada palabra que salía de su boca parecía un intento vano de explicar lo inexplicable.

—No es tan simple Ángel —dijo, mirando sus manos, como si al evitar su mirada pudiera evitar la verdad que la acechaba. —Te quiero. Pero… no puedo simplemente romper con todo, con mi familia, mi vida.

Ángel se acercó lentamente, tomándola de la mano con una suavidad que solo él sabía mostrar, pero sin ocultar la frustración que se había ido acumulando en su pecho.

 —Entiendo lo que dices —respondió, sus ojos buscando los de ella—. Pero tú también sabes que esto no puede seguir así. Cada vez que estamos juntos, me siento el centro de tu mundo, pero luego te vas y te conviertes en alguien más, alguien que se olvida de lo que estamos construyendo.

No puedo seguir así, Coromoto.

 Las palabras de Ángel la golpearon como un golpe de viento helado.

Coromoto sentía cómo se cerraba el círculo a su alrededor, cómo las decisiones, que por tanto tiempo había eludido, la alcanzaban.

El dilema de elegir entre lo que la hacía sentir viva, aunque culpable, y la vida rutinaria de esposa y madre, con todos sus sacrificios, violencias y limitaciones, la había puesto en una encrucijada.

Coromoto cerró los ojos un momento, sintiendo el peso de sus responsabilidades.

¿De verdad podía continuar engañándose a sí misma, sabiendo lo que realmente quería? ¿O debía regresar a la rutina, renunciar a lo que sentía por Ángel y seguir viviendo una vida que ya no le pertenecía?

—No quiero perderte, pero… no sé si puedo dejar todo atrás —susurró, su voz quebrada por la indecisión.

Ángel la miró por un largo momento, como si quisiera decir algo más, pero se detuvo. Sabía que no podía obligarla a tomar una decisión, pero también sabía que no podía seguir esperando a que ella resolviera su vida en sus propios términos.

El amor no podía sobrevivir en la sombra.

esa noche Coromoto camino a casa con el corazón hecho pedazos, sabiendo que su vida se había fracturado en dos. Al llegar a hogar, la oscuridad la recibió como una amiga fiel, la misma oscuridad que había sentido a lo largo de los años, la misma que ahora la rodeaba mientras se preguntaba si volvería a ser capaz de encontrar la luz.

 

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