La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones.
Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo. En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella. Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que la acompañaba constantemente, algo que no podía ignorar. No importaba cuán fuerte fuera el deseo que sentía por Ángel. La culpa, la culpa por lo que estaba haciendo, por traicionar a su familia, por no poder darle a sus hijos la madre que necesitaban, por estar, en cierto modo, viviendo una vida a medias. Cada beso robado, cada sonrisa compartida, la alejaba más de la mujer que una vez fue: la esposa devota, la madre responsable. Y aunque su corazón seguía latiendo con fuerza por Ángel, la imagen de William, su esposo, se interponía como un muro en su mente. recordándole las promesas rotas, los días perdidos en un matrimonio que ya no existía más que en el papel. Lo que más le costaba a Ángel era intentar comprender ¿cómo seguía interactuando con Claudia, la amante de William, como si nada hubiera ocurrido?. De hecho, era la amiga fiel que siempre había sido para ella, lo que la ponía en una situación aún más compleja. Ángel, cada vez más desconcertado por la pasividad de Coromoto ante la situación, comenzaba a mirar con recelo cualquier gesto de cercanía entre Coromoto y Claudia. La culpa se multiplicaba y aunque Coromoto trataba de ocultarla, algo dentro de ella sabía que estaba en una cuerda floja, a punto de caer. Una tarde, cuando la luz del día comenzaba a desvanecerse, Ángel la esperó cerca del trabajo. Los dos sabían que el momento de confrontar lo que había entre ellos se acercaba. Él, con la mirada profunda y preocupada, no podía evitar notar la tensión en la cara de Coromoto, que se mostraba vacilante, como si estuviera perdiendo el rumbo. —Necesito saber lo que piensas, Coromoto —dijo Ángel con voz grave, dejando a un lado las palabras suaves que acostumbraba usar. El tono de su voz dejaba claro que no era un simple comentario, sino una petición urgente. Coromoto suspiró, su mente confundida. Cada palabra que salía de su boca parecía un intento vano de explicar lo inexplicable. —No es tan simple Ángel —dijo, mirando sus manos, como si al evitar su mirada pudiera evitar la verdad que la acechaba. —Te quiero. Pero… no puedo simplemente romper con todo, con mi familia, mi vida. Ángel se acercó lentamente, tomándola de la mano con una suavidad que solo él sabía mostrar, pero sin ocultar la frustración que se había ido acumulando en su pecho. —Entiendo lo que dices —respondió, sus ojos buscando los de ella—. Pero tú también sabes que esto no puede seguir así. Cada vez que estamos juntos, me siento el centro de tu mundo, pero luego te vas y te conviertes en alguien más, alguien que se olvida de lo que estamos construyendo. No puedo seguir así, Coromoto. Las palabras de Ángel la golpearon como un golpe de viento helado. Coromoto sentía cómo se cerraba el círculo a su alrededor, cómo las decisiones, que por tanto tiempo había eludido, la alcanzaban. El dilema de elegir entre lo que la hacía sentir viva, aunque culpable, y la vida rutinaria de esposa y madre, con todos sus sacrificios, violencias y limitaciones, la había puesto en una encrucijada. Coromoto cerró los ojos un momento, sintiendo el peso de sus responsabilidades. ¿De verdad podía continuar engañándose a sí misma, sabiendo lo que realmente quería? ¿O debía regresar a la rutina, renunciar a lo que sentía por Ángel y seguir viviendo una vida que ya no le pertenecía? —No quiero perderte, pero… no sé si puedo dejar todo atrás —susurró, su voz quebrada por la indecisión. Ángel la miró por un largo momento, como si quisiera decir algo más, pero se detuvo. Sabía que no podía obligarla a tomar una decisión, pero también sabía que no podía seguir esperando a que ella resolviera su vida en sus propios términos. El amor no podía sobrevivir en la sombra. esa noche Coromoto camino a casa con el corazón hecho pedazos, sabiendo que su vida se había fracturado en dos. Al llegar a hogar, la oscuridad la recibió como una amiga fiel, la misma oscuridad que había sentido a lo largo de los años, la misma que ahora la rodeaba mientras se preguntaba si volvería a ser capaz de encontrar la luz.Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p
El día de Coromoto comenzó antes de lo habitual. Decidió salir de su casa más temprano de lo que estaba acostumbrada, con la intención de encontrarse con sus amigas antes de entrar al hospital, donde trabajaban en el área de limpieza. William y los niños seguían dormidos cuando ella se despidió con un beso en la frente de sus hijos.Al pasar por la puerta de la habitación de su esposo, no pudo evitar detenerse. Lo observó dormir profundamente, y una inquietante pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo era posible que un hombre tan tierno en sueños pudiera convertirse en una bestia cruel cuando despertaba? ¿Acaso ya no la amaba? ¿O nunca la había amado realmente? Se preguntó en un profundo silencio, mientras la oscuridad de la madrugada envolvía la casa. El único sonido que rompió el silencio fue un suspiro que escapó de sus labios.Al llegar al hospital, sus amigas ya la estaban esperando, como siempre. Era casi un ritual, una promesa no escrita de entrar juntas al turno. Pasaron varios mi