El sol ya había comenzado a asomarse cuando Coromoto despertó en los brazos de Ángel. Su rostro, antes marcado por las lágrimas, ahora parecía más sereno, aunque el peso de la noche anterior seguía colgando sobre ella como una sombra oscura.
No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero no se sentía capaz de enfrentarse a la realidad que la esperaba. La casa que compartía con William, las palabras que él había dicho, la furia que había sentid. Todo se mezclaba en su mente como un torbellino, y aunque el calor de Ángel le ofreciera un consuelo momentáneo, no era suficiente para calmar el remolino de emociones que la invadían. Ángel, al notar que ella se despertó, la miró con ternura, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras. Ambos sabían que la situación estaba más allá de cualquier consuelo fácil, que las promesas de que “todo estaría bien” solo eran palabras vacías ante la magnitud de lo que había ocurrido. Habían cruzado una línea invisible y no había vuelta atrás. —¿Cómo sigues? —preguntó Ángel, su voz suave pero llena de una preocupación que apenas lograba esconder. Coromoto no contestó de inmediato. En lugar de eso, se quedó quieta, mirando al frente, como si intentara encontrar alguna respuesta en el vacío de la habitación. Las palabras de William seguían retumbando en su cabeza, y aunque en su corazón sabía que había cometido un error, también sabía que su vida ya no podía seguir igual. Ya no podía regresar a lo que fue, ni siquiera si lo intentaba. —No lo sé, Ángel —dijo finalmente, su voz rota y vacía, como si la pena hubiera drenado toda su energía—. Me siento perdida… No sé ¿qué hacer? Ángel la abrazó más fuerte, como si pudiera protegerla de todo lo que la aquejaba. Su propio dolor, sin embargo, estaba latente en su pecho. Él sabía que no podía salvarla de sí misma, que las decisiones que ella tomaba ya no dependían solo de él. Pero la necesidad de estar allí, de no dejarla sola en medio de esa tormenta, lo impulsaba a quedarse. En ese instante, Coromoto se apartó ligeramente de él y, con un suspiro largo y profundo, se levantó de la cama. Se sintió vacía, como si su cuerpo fuera solo una cáscara sin propósito. Caminó hacia la ventana, mirando las primeras luces del día que atravesaban las cortinas. A lo lejos, la ciudad parecía despertar lentamente, ajena al dolor que se estaba desmoronando dentro de ella. Ángel… —dijo sin volverse, su voz tan baja que casi se perdió en el silencio. Yo no sé si te quiero, o si lo que quiero es huir. No sé si esto que estamos haciendo es lo correcto. Ángel se acercó a ella, pero se detuvo a unos pasos de distancia. No quería presionarla, no quería forzarla a tomar decisiones que quizás no estaba lista para hacer. Sabía que Coromoto se enfrentaba a una batalla interna mucho mayor que cualquier problema que pudieran compartir entre ellos. —No te pido que tomes decisiones ahora —respondió con calma, Pero lo que sí te pido es que seas honesta contigo misma. Lo que estás sintiendo no se va a ir solo porque lo ignores. Y no quiero que te pierdas en esa mentira, en ese dolor… Coromoto cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el torrente de pensamientos que la invadían. La sensación de estar atrapada entre dos mundos la estaba desgarrando. Por un lado, estaba la vida que había compartido con William, un amor que había sido real, aunque ahora parecía desvanecerse bajo el peso de sus propios miedos y traiciones. Y por otro, estaba Ángel, el refugio al que había acudido en busca de consuelo, pero cuya cercanía le recordaba lo lejos que había llegado de sí misma. Un suspiro profundo escapó de sus labios. —No sé cómo volver a lo que éramos —dijo, casi en un susurro. La duda, la culpa, la confusión… todo eso se acumulaba en su voz. Ya no puedo seguir con William !Lo sé!. No puedo seguir engañándome. Ángel la miró, pero no dijo nada. Sabía que las palabras no eran lo que necesitaba escuchar. Lo que ella necesitaba era tiempo, espacio para encontrar la verdad dentro de sí misma. Por un momento, el silencio entre ellos fue denso, pesado, como una cuerda tensada a punto de romperse. Coromoto volvió la mirada hacia Ángel y vio en sus ojos la misma desesperación, la misma sensación de estar atrapados en un laberinto sin salida. El amor que compartían ya no podía mantenerse intacto sin cuestionarse todo lo que los rodeaba. El tiempo había pasado, las heridas se habían abierto, y ahora solo quedaba enfrentar la realidad, por más dolorosa que fuera. —Creo que lo mejor es que me vaya —dijo ella, finalmente. La decisión era difícil, pero había algo en su voz que parecía liberar el peso que cargaba en el pecho. Ángel asintió, aunque el dolor lo alcanzaba también. Se acercó a ella y la abrazó una vez más, pero esta vez de manera diferente, como si supiera que ese podría ser el último momento en que sus cuerpos se unieran de esa forma. Era un adiós sin palabras, un reconocimiento mutuo de que lo que habían sido había quedado atrás, y lo que viniera después sería incierto. —Te dejaré ir Coromoto —dijo, su voz quebrada—. Pero no olvides que siempre estaré aquí, en caso de que algún día necesites regresar. Coromoto asintió, aunque sabía que no había un retorno posible. Con una última mirada, dejó la habitación, dejando atrás no solo a Ángel, sino también una parte de sí misma. Y mientras las puertas se cerraban tras ella, se dio cuenta de que la verdadera lucha apenas comenzaba. No se trataba solo de dejar atrás a William, ni de estar con Ángel, ni siquiera de tomar decisiones correctas o equivocadas. La verdadera batalla era con ella misma, y no sabía si estaba lista para enfrentarse a ese desafío, Pero el destino, al parecer, ya había comenzado a tejer nuevos hilos en su vida. Y quizás, solo quizás, era hora de permitir que esos hilos la guiaran hacia un futuro inciertoLuego de varios días tormentosos todo parecía retornar a la calma en la relación de Ángel y Coromoto. Ella demostraba estar bien sin importar el infierno que vivía en su casa junto a su esposo, sabia que si dejaba a William le complicaría demasiado estar con sus hijos, ella estaba sola en chile y los niños quedarían con su papá y abuela paterna, y aunque el amor por Ángel fuera inmenso, solo por eso no podía dejar a William y en el fondo él también lo sabía.El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas cuando Coromoto y Ángel se sentaron juntos en un jardín del hospital, junto a la estatua de una virgen, lejos del bullicio de los pasillos, y los pacientes. Había sido un día tranquilo, de esos que la vida les regalaba después de las tormentas. El viento suave movía las ramas de los árboles, creando una melodía suave y constante. Coromoto no hablaba mucho últimamente, pero Ángel lo sabía. Había cambios en su interior, sutiles pero profundos, y él estaba dispuesto a esperar, a
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p