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CAPITULO 21: Ecos de una despedida

El sol ya había comenzado a asomarse cuando Coromoto despertó en los brazos de Ángel. Su rostro, antes marcado por las lágrimas, ahora parecía más sereno, aunque el peso de la noche anterior seguía colgando sobre ella como una sombra oscura.

No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero no se sentía capaz de enfrentarse a la realidad que la esperaba.

La casa que compartía con William, las palabras que él había dicho, la furia que había sentid. Todo se mezclaba en su mente como un torbellino, y aunque el calor de Ángel le ofreciera un consuelo momentáneo, no era suficiente para calmar el remolino de emociones que la invadían.

Ángel, al notar que ella se despertó, la miró con ternura, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras.

Ambos sabían que la situación estaba más allá de cualquier consuelo fácil, que las promesas de que “todo estaría bien” solo eran palabras vacías ante la magnitud de lo que había ocurrido.

Habían cruzado una línea invisible y no había vuelta atrás.

—¿Cómo sigues? —preguntó Ángel, su voz suave pero llena de una preocupación que apenas lograba esconder.

Coromoto no contestó de inmediato. En lugar de eso, se quedó quieta, mirando al frente, como si intentara encontrar alguna respuesta en el vacío de la habitación.

Las palabras de William seguían retumbando en su cabeza, y aunque en su corazón sabía que había cometido un error, también sabía que su vida ya no podía seguir igual.

Ya no podía regresar a lo que fue, ni siquiera si lo intentaba.

—No lo sé, Ángel —dijo finalmente, su voz rota y vacía, como si la pena hubiera drenado toda su energía—. Me siento perdida… No sé ¿qué hacer?

Ángel la abrazó más fuerte, como si pudiera protegerla de todo lo que la aquejaba. Su propio dolor, sin embargo, estaba latente en su pecho.

Él sabía que no podía salvarla de sí misma, que las decisiones que ella tomaba ya no dependían solo de él. Pero la necesidad de estar allí, de no dejarla sola en medio de esa tormenta, lo impulsaba a quedarse.

En ese instante, Coromoto se apartó ligeramente de él y, con un suspiro largo y profundo, se levantó de la cama.

Se sintió vacía, como si su cuerpo fuera solo una cáscara sin propósito.

Caminó hacia la ventana, mirando las primeras luces del día que atravesaban las cortinas. A lo lejos, la ciudad parecía despertar lentamente, ajena al dolor que se estaba desmoronando dentro de ella.

Ángel… —dijo sin volverse, su voz tan baja que casi se perdió en el silencio.

Yo no sé si te quiero, o si lo que quiero es huir.

No sé si esto que estamos haciendo es lo correcto.

Ángel se acercó a ella, pero se detuvo a unos pasos de distancia.

No quería presionarla, no quería forzarla a tomar decisiones que quizás no estaba lista para hacer.

Sabía que Coromoto se enfrentaba a una batalla interna mucho mayor que cualquier problema que pudieran compartir entre ellos.

—No te pido que tomes decisiones ahora —respondió con calma, Pero lo que sí te pido es que seas honesta contigo misma.

Lo que estás sintiendo no se va a ir solo porque lo ignores. Y no quiero que te pierdas en esa mentira, en ese dolor…

Coromoto cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el torrente de pensamientos que la invadían.

La sensación de estar atrapada entre dos mundos la estaba desgarrando. Por un lado, estaba la vida que había compartido con William, un amor que había sido real, aunque ahora parecía desvanecerse bajo el peso de sus propios miedos y traiciones. Y por otro, estaba Ángel, el refugio al que había acudido en busca de consuelo, pero cuya cercanía le recordaba lo lejos que había llegado de sí misma.

Un suspiro profundo escapó de sus labios.

—No sé cómo volver a lo que éramos —dijo, casi en un susurro.

La duda, la culpa, la confusión… todo eso se acumulaba en su voz.

Ya no puedo seguir con William !Lo sé!.

No puedo seguir engañándome.

Ángel la miró, pero no dijo nada. Sabía que las palabras no eran lo que necesitaba escuchar.

Lo que ella necesitaba era tiempo, espacio para encontrar la verdad dentro de sí misma.

Por un momento, el silencio entre ellos fue denso, pesado, como una cuerda tensada a punto de romperse.

Coromoto volvió la mirada hacia Ángel y vio en sus ojos la misma desesperación, la misma sensación de estar atrapados en un laberinto sin salida.

El amor que compartían ya no podía mantenerse intacto sin cuestionarse todo lo que los rodeaba. El tiempo había pasado, las heridas se habían abierto, y ahora solo quedaba enfrentar la realidad, por más dolorosa que fuera.

—Creo que lo mejor es que me vaya —dijo ella, finalmente.

La decisión era difícil, pero había algo en su voz que parecía liberar el peso que cargaba en el pecho.

Ángel asintió, aunque el dolor lo alcanzaba también.

Se acercó a ella y la abrazó una vez más, pero esta vez de manera diferente, como si supiera que ese podría ser el último momento en que sus cuerpos se unieran de esa forma.

Era un adiós sin palabras, un reconocimiento mutuo de que lo que habían sido había quedado atrás, y lo que viniera después sería incierto.

—Te dejaré ir Coromoto —dijo, su voz quebrada—. Pero no olvides que siempre estaré aquí, en caso de que algún día necesites regresar.

Coromoto asintió, aunque sabía que no había un retorno posible. Con una última mirada, dejó la habitación, dejando atrás no solo a Ángel, sino también una parte de sí misma. Y mientras las puertas se cerraban tras ella, se dio cuenta de que la verdadera lucha apenas comenzaba.

No se trataba solo de dejar atrás a William, ni de estar con Ángel, ni siquiera de tomar decisiones correctas o equivocadas.

La verdadera batalla era con ella misma, y no sabía si estaba lista para enfrentarse a ese desafío, Pero el destino, al parecer, ya había comenzado a tejer nuevos hilos en su vida. Y quizás, solo quizás, era hora de permitir que esos hilos la guiaran hacia un futuro incierto

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