El sol ya había comenzado a asomarse cuando Coromoto despertó en los brazos de Ángel. Su rostro, antes marcado por las lágrimas, ahora parecía más sereno, aunque el peso de la noche anterior seguía colgando sobre ella como una sombra oscura.
No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero no se sentía capaz de enfrentarse a la realidad que la esperaba.
La casa que compartía con William, las palabras que él había dicho, la furia que había sentid. Todo se mezclaba en su mente como un torbellino, y aunque el calor de Ángel le ofreciera un consuelo momentáneo, no era suficiente para calmar el remolino de emociones que la invadían.
Ángel, al notar que ella se despertó, la miró con ternura, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras.
Ambos sabían que la situación estaba más allá de cualquier consuelo fácil, que las promesas de que “todo estaría bien” solo eran palabras vacías ante la magnitud de lo que había ocurrido.
Habían cruzado una línea invisible y no había vu