La tarde que Ángel tomó la decisión, el sol comenzaba a despedirse del horizonte. No fue un acto impulsivo, sino el resultado de días de incertidumbre, de dudas que se habían ido acumulando en su mente hasta desbordarse. La sensación de traición se apoderaba de él, y algo dentro de su pecho lo empujaba a dar el paso definitivo.
Ya no podía seguir adelante con Coromoto.
El simple hecho de que le hubiera pedido, casi rogado a ella, hace tiempo que no tuviera contacto con Blas fue un acto que lo desbordó.
Sabía que Coromoto nunca había sido completamente transparente, pero al principio había querido creer que su amor era sincero.
Al principio, se dijo a sí mismo que sus errores podían ser perdonados, que el pasado no tenía por qué definir el futuro. Pero esa vez, esa pequeña mentira, ese pequeño gesto de desconfianza, fue la gota que colmó el vaso.
—Lo siento, Coromoto —se dijo a sí mismo en su mente, mientras caminaba por los pasillos del hospital— no puedo seguir ignorando lo que