El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado.
Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla.
No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.
Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela.
Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.
—Hola —dijo William, con