El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado.
Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla. No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar. Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela. Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba. —Hola —dijo William, con voz plana. —Hola —respondió ella, dejando caer su bolso sobre la mesa y sin hacer un intento por seguir la conversación. ¿Cómo estás? —preguntó William, levantando la vista del celular. Lo hizo con un tono que, a pesar de lo distante, llevaba consigo cierta preocupación. Pero Coromoto lo sabía, era una preocupación vacía, de esas que se dicen por costumbre. Estoy bien… —su voz se quebró, y un dolor le recorrió el pecho—. Fue una noche larga, muy larga. William asintió, como si comprendiera, aunque Coromoto sabía que no lo hacía. En lugar de dirigirse a la cocina. Se dirigió rápidamente al baño, sin mirar atrás. Necesitaba un respiro, necesitaba estar sola. Cerró la puerta con suavidad y, al instante, el sonido del agua corriendo la rodeó. Sin embargo, no era el agua lo que le limpiaba el alma, sino el silencio de estar lejos de la mirada de su esposo, lejos de la cotidianidad que tanto la agobiaba. Se quedó bajo la ducha durante un largo rato, con los ojos cerrados, dejando que las gotas de agua cayeran sobre su rostro mientras sus pensamientos se perdían en la necesidad urgente de hablar con Ángel. Necesitaba explicarle, hacerle entender que no había hecho nada para traicionarlo. ¿Por qué no podía entenderlo? ¿Por qué no confiaba en ella? Salió de la ducha, tomó su teléfono y marcó a su número, pero como siempre, la llamada nunca fue respondida. Con manos temblorosas, le envió varios mensajes, pero tampoco recibió respuesta. Sintió que el peso de la desesperación la aplastaba, y se permitió un par de lágrimas, que pronto se confundieron con el agua que aún escurría de su cuerpo. salió, se preparó un café, no con la esperanza de consolarse, sino con la necesidad de aferrarse a algo familiar. Lo preparó a su manera, con la cantidad exacta de azúcar, como si eso pudiera traerle algo de paz. Sin embargo, el café se quedó allí, olvidado, mientras sus pensamientos recorrían una y otra vez la misma escena: Ángel, su amor perdido, su doloroso silencio. Ella Aún con la taza de café sin tocar, casi ni notó que William se despidió con su frialdad característica en él. Coromoto observo por la ventana y llamó a Paola, quien al escuchar su voz, sabía que algo no andaba bien. Paola llegó tan pronto como pudo sin dudarlo. se dirigió a casa de Coromoto dando gracias de que el hospital y su casa estuvieran muy cerca, eso fue de gran ayuda en ese momento. Paola como siempre dispuesta a apoyarla. Entró en la casa con una sonrisa que pronto se desvaneció al ver la expresión abatida de Coromoto. Algo grave pasaba, y lo sabía al ver sus ojos. Paola decidió no volver al trabajo ese día, su amiga era más importante en ese momento. Las horas pasaron lentamente entre las cuatro paredes del cuarto de Coromoto, donde las dos amigas hablaron de todo lo ocurrido, afortunadamente, sin miedo a que pudiera escuchar William. El dolor de Coromoto, su angustia, el amor que sentía por Ángel y la incertidumbre que la consumía, salieron a la luz entre sollozos y palabras entrecortadas. Paola la escuchaba, pero no podía ofrecer un mayor consuelo, solo compañía. se quedaron juntas todo el día, Ya más tranquila fueron por los niños a la escuela, cuando William llegó esa noche, Paola se despidió de su amiga. Esperando poder verla un poco mejor al otro día Al día siguiente, Coromoto regresó al hospital, pero Ángel seguía ausente. Los días se sucedieron sin cambios. Ella intentaba contactarlo, pero él nunca respondía, y su esperanza se iba desvaneciendo como las horas que pasaban interminables en su mente. Ya no podía más. Su corazón estaba dividido entre el miedo a perder a Ángel y la resignación a vivir una vida que ya no la llenaba. Una noche, después de otro largo día de trabajo, la angustia la empujó a quedarse un rato más, como si el trabajo en el hospital fuera lo único que pudiera mantenerla distraída. De repente, el silencio de la noche en el hospital la envolvió. No había gente corriendo por los pasillos, las luces eran más tenues, y el sonido del reloj marcando el paso del tiempo era lo único que escuchaba en ese momento. Coromoto caminó por los pasillos, decidida. Sabía que Ángel debía estar por allí, trabajando. Lo necesitaba más que nunca. Cuando por fin lo encontró, estaba de espaldas, con las manos metidas en los bolsillos. Este al escuchar el paso de Coromoto, se giró lentamente, y sus ojos, aún llenos de dolor, se encontraron con los de ella. Coromoto sintió un nudo en el estómago. ¿Podemos hablar? —su voz era suave, casi quebrada, pero Ángel pudo notar la desesperación que la acompañaba. Ángel no dijo nada en ese momento. Se quedó mirándola, y algo dentro de él le hizo dar un paso atrás. No quería enfrentarse a ella nuevamente, no quería escuchar excusas, palabras que no sabia si serían reales. Necesito que sepas que te Amo —continuó Coromoto, acercándose con cautela, como si cada palabra fuera un intento de sanar la herida. No te he traicionado. No te he mentido. Si estoy aquí es porque… lamentablemente no tengo otra opción. Te Amo Ángel, y eso no ha cambiado, ni cambiará Las lágrimas comenzaron a caer, pero Ángel apartó la mirada, incapaz de sostener su dolor por más tiempo. No puedo Coromoto —dijo, su voz era un susurro, pero se escuchaba firme—. No volveré a confiar en ti. Ya no puedo. Coromoto dio un paso más, desesperada. Sus manos se extendieron hacia él, buscando un contacto, un abrazo que pudiera aliviar su corazón roto. —Ángel… por favor. Yo te amo. Sé que puedo hacer que confíes nuevamente en mí. No quiero perderte. No puedo perderte. Al menos, dame un último abrazo, realmente lo necesito. Ángel la miró, sus ojos llenos de conflicto, y por un instante, algo en su interior cedió. No podía seguir resistiéndose a ella, no podía negar lo que había sentido alguna vez. Dio un paso hacia ella, y sin pensarlo más, la abrazó, su rostro hundido en su hombro, mientras las lágrimas caían en silencio. El abrazo no resolvía nada, pero por un momento, ambos se dejaron envolver por el consuelo que el otro podía ofrecer. El dolor seguía allí, pero por unos segundos, el silencio lo calmó. Y en ese abrazo, Coromoto sintió que, quizás a pesar de todo, aún había algo por lo que podía luchar.Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot
Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación. A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a CoromotoSin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el
La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Esa mañana, como tantas otras, William se levantó con el rostro impasible, apenas sin mostrar signos de la tormenta que comenzaba a gestarse en su interior. Había algo en el aire, algo que no podía definir con exactitud, pero que lo inquietaba, algo en el comportamiento de Coromoto se había vuelto extraño últimamente, más de lo normal Como si no estuviera del todo presente, como si estuviera partida en dos, o peor aún, como si ya no estuviera del todo allí.Mientras él revisaba el celular de Coromoto, que había dejado sobre la mesa en de busca algún mensaje, alguna pista, algo llamó su atención, al revisar encontró Un mensaje de Patricia, pero lo que vio en la pantalla lo hizo detenerse. En la conversación entre amigas Patricia le había escrito—“Estoy Acá con tu amor, se nota te extraña mucho”—Al leer esas palabras, algo en él hizo clicNo era la primera vez que se sentía inquieto por la posible relación entre Coromoto y alguien más. Jamás pensó que ese día llegaría o que a
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la