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CAPITULO 16: La séptima Noche

El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado.

Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla.

No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.

Al llegar a casa, William  estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela.

Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.

—Hola —dijo William, con voz plana.

—Hola —respondió ella, dejando caer su bolso sobre la mesa y sin hacer un intento por seguir la conversación.

 ¿Cómo estás? —preguntó William, levantando la vista del celular. Lo hizo con un tono que, a pesar de lo distante, llevaba consigo cierta preocupación. Pero Coromoto lo sabía, era una preocupación vacía, de esas que se dicen por costumbre.

Estoy bien… —su voz se quebró, y un dolor le recorrió el pecho—. Fue una noche larga, muy larga.

William asintió, como si comprendiera, aunque Coromoto sabía que no lo hacía. En lugar de dirigirse a la cocina.

Se dirigió rápidamente al baño, sin mirar atrás. Necesitaba un respiro, necesitaba estar sola. Cerró la puerta con suavidad y, al instante, el sonido del agua corriendo la rodeó. Sin embargo, no era el agua lo que le limpiaba el alma, sino el silencio de estar lejos de la mirada de su esposo, lejos de la cotidianidad que tanto la agobiaba.

 Se quedó bajo la ducha durante un largo rato, con los ojos cerrados, dejando que las gotas de agua cayeran sobre su rostro mientras sus pensamientos se perdían en la necesidad urgente de hablar con Ángel.

Necesitaba explicarle, hacerle entender que no había hecho nada para traicionarlo. ¿Por qué no podía entenderlo? ¿Por qué no confiaba en ella?

Salió de la ducha, tomó su teléfono y marcó a su número, pero como siempre, la llamada nunca fue respondida. Con manos temblorosas, le envió varios mensajes, pero tampoco recibió respuesta. Sintió que el peso de la desesperación la aplastaba, y se permitió un par de lágrimas, que pronto se confundieron con el agua que aún escurría de su cuerpo.

salió, se preparó un café, no con la esperanza de consolarse, sino con la necesidad de aferrarse a algo familiar.

Lo preparó a su manera, con la cantidad exacta de azúcar, como si eso pudiera traerle algo de paz. Sin embargo, el café se quedó allí, olvidado, mientras sus pensamientos recorrían una y otra vez la misma escena: Ángel, su amor perdido, su doloroso silencio.

 Ella Aún con la taza de café sin tocar, casi ni notó que William se despidió con su frialdad característica en él. Coromoto observo por la ventana y llamó a Paola, quien al escuchar su voz, sabía que algo no andaba bien.

Paola llegó tan pronto como pudo sin dudarlo.

se dirigió a casa de Coromoto dando gracias de que el hospital y su casa estuvieran muy cerca, eso fue de gran ayuda en ese momento.

Paola como siempre dispuesta a apoyarla. Entró en la casa con una sonrisa que pronto se desvaneció al ver la expresión abatida de Coromoto. Algo grave pasaba, y lo sabía al ver sus ojos.

 Paola decidió no volver al trabajo ese día, su amiga era más importante en ese momento. Las horas pasaron lentamente entre las cuatro paredes del cuarto de Coromoto, donde las dos amigas hablaron de todo lo ocurrido, afortunadamente, sin miedo a que pudiera escuchar William.

El dolor de Coromoto, su angustia, el amor que sentía por Ángel y la incertidumbre que la consumía, salieron a la luz entre sollozos y palabras entrecortadas.

Paola la escuchaba, pero no podía ofrecer un mayor consuelo, solo compañía.

se quedaron juntas todo el día, Ya más tranquila fueron por los niños a la escuela, cuando William llegó esa noche, Paola se despidió de su amiga. Esperando poder verla un poco mejor al otro día

 Al día siguiente, Coromoto regresó al hospital, pero Ángel seguía ausente. Los días se sucedieron sin cambios. Ella intentaba contactarlo, pero él nunca respondía, y su esperanza se iba desvaneciendo como las horas que pasaban interminables en su mente. Ya no podía más. Su corazón estaba dividido entre el miedo a perder a Ángel y la resignación a vivir una vida que ya no la llenaba.

 Una noche, después de otro largo día de trabajo, la angustia la empujó a quedarse un rato más, como si el trabajo en el hospital fuera lo único que pudiera mantenerla distraída. De repente, el silencio de la noche en el hospital la envolvió. No había gente corriendo por los pasillos, las luces eran más tenues, y el sonido del reloj marcando el paso del tiempo era lo único que escuchaba en ese momento.

Coromoto caminó por los pasillos, decidida. Sabía que Ángel debía  estar por allí, trabajando.

Lo necesitaba más que nunca. Cuando por fin lo encontró, estaba de espaldas, con las manos metidas en los bolsillos. Este al escuchar el paso de Coromoto, se giró lentamente, y sus ojos, aún llenos de dolor, se encontraron con los de ella.

Coromoto sintió un nudo en el estómago.

¿Podemos hablar? —su voz era suave, casi quebrada, pero Ángel pudo notar la desesperación que la acompañaba.

Ángel no dijo nada en ese momento. Se quedó mirándola, y algo dentro de él le hizo dar un paso atrás. No quería enfrentarse a ella nuevamente, no quería escuchar excusas, palabras que no sabia si serían reales.

 Necesito que sepas que te Amo —continuó Coromoto, acercándose con cautela, como si cada palabra fuera un intento de sanar la herida. No te he traicionado. No te he mentido. Si estoy aquí es porque… lamentablemente no tengo otra opción. Te Amo Ángel, y eso no ha cambiado, ni cambiará

Las lágrimas comenzaron a caer, pero Ángel apartó la mirada, incapaz de sostener su dolor por más tiempo.

No puedo Coromoto —dijo, su voz era un susurro, pero se escuchaba firme—.

No volveré a confiar en ti. Ya no puedo.

Coromoto dio un paso más, desesperada.

Sus manos se extendieron hacia él, buscando un contacto, un abrazo que pudiera aliviar su corazón roto. —Ángel… por favor. Yo te amo. Sé que puedo hacer que confíes nuevamente en mí.

No quiero perderte.

No puedo perderte. Al menos, dame un último abrazo, realmente lo necesito.

Ángel la miró, sus ojos llenos de conflicto, y por un instante, algo en su interior cedió.

No podía seguir resistiéndose a ella, no podía negar lo que había sentido alguna vez.

Dio un paso hacia ella, y sin pensarlo más, la abrazó, su rostro hundido en su hombro, mientras las lágrimas caían en silencio.

El abrazo no resolvía nada, pero por un momento, ambos se dejaron envolver por el consuelo que el otro podía ofrecer.

El dolor seguía allí, pero por unos segundos, el silencio lo calmó. Y en ese abrazo, Coromoto sintió que, quizás a pesar de todo, aún había algo por lo que podía luchar.

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