Ángel había fallado por primera vez a su ritual sagrado de cada mañana de encontrarse con Coromoto a las 6:30, en la esquina de su casa antes de ir al hospital, ese punto que ya tenía marcado en el mapa de su rutina.
Durante meses, su encuentro a esa hora había sido una constante, un respiro antes de que la jornada comenzara a consumirlos, Pero esa mañana, la distancia y los imprevistos lo habían retrasado. Las fuerzas mayores, las complicaciones del día a día, lo habían mantenido atrapado en el tráfico, mientras el reloj avanzaba sin piedad. Le envió un mensaje, pero Coromoto no lo vio a tiempo. No podía llamarla. No sabía si estaba con William, si ya había salido, o si estaba esperando en su lugar, como siempre. El tiempo apremiaba y el estrés comenzaba a apoderarse de él. Al llegar al hospital, solo pudo avanzar hasta la entrada, donde las luces frías de los pasillos lo saludaban. Eran casi las 8:15. Saca su teléfono y marca el número. Esperaba que al menos escucharla, sentir su voz, pudiera calmar esa ansiedad que se le había acumulado en el pecho. —Corito, ya estoy llegando —dijo con voz firme, intentando esconder la ansiedad que se le escapaba. —Estoy cerca del ascensor, te espero. ¿Te encuentro aquí o vas hacia otro punto? —respondió ella, su tono algo apagado, como si hubiera algo detrás de esas palabras que Ángel no alcanzaba a comprender. —Mejor te encuentro en el camino —contestó él rápidamente, sin tiempo para discutir. Colgó y apretó el paso. Necesitaba verla, necesitaba escucharla, tocarla, sentirla. Coromoto era lo único que le daba paz en ese caos de días interminables. En su mente, se prometió pedir disculpas por haber llegado tarde y tal vez, un café, como una pequeña forma de redención. Avanzaba por los largos pasillos del hospital, cuando se cruzó con Iris. Una compañera de trabajo a la que había visto varias veces en los últimos meses. La joven llevaba una expresión que Ángel no podía descifrar, pero que inmediatamente le puso los pelos de punta. —Ángel, tengo algo que contarte —dijo Iris en voz baja, como si temiera ser escuchada por alguien. —¿Qué pasa, Iris? —preguntó, sin ocultar su curiosidad. —Vi algo que no deberías ignorar —su voz tembló ligeramente—. Vi a Coromoto con Blas en el ascensor hace poco, y… no estaba tranquila. Estaba tan sonrojada, como si algo no estuviera bien. Y vi cuando se intercambiaron números de teléfono… Parecían demasiado amigos, incluso yo diría que incluso mucho más que una amistad. Las palabras de Iris impactaron como una descarga eléctrica. El ascensor… Blas… Ángel sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. No podía ser. Eso no podía estar pasando. No podía. —Gracias, Iris —dijo, apenas sin mirarla, y se alejó rápidamente, sacando su teléfono con la esperanza de que Coromoto le aclarara todo, de que su miedo fuera infundado. Marcó el número, y al primer tono, su voz resonó en la línea, tensa y cortante. —Corito, ¿tienes algo que contarme? —preguntó, intentando mantener la calma, aunque el nudo en su estómago no lo dejaba respirar. —No, nada —respondió ella de inmediato, riendo nerviosamente, como si la risa pudiera hacer que todo pareciera normal. Pero Ángel no le creyó. Esa risa, esa tensión en su voz, no encajaban con su usual calma—. ¿Por qué preguntas eso? —Porque me parece que algo no está bien —respondió él, la ira comenzando a formar un nudo en su garganta—. ¿No hay nada que deba saber, Coromoto? Ya sabes que me entero de todo. Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea —Nada— La respuesta de ella fue un vacío tan grande que Ángel sintió que se le caía el mundo encima. —Corito, ¿estás ahí? —susurró, la rabia y la desesperación se entrelazaban en su voz. —¿Dónde estás? —preguntó finalmente ella, con una calma inusitada. Algo en su tono hizo que Ángel sintiera que algo estaba ocurriendo, pero no lograba identificar qué. —¿Seguro no hay nada que deba saber? —su voz ahora era más fría—. Si no me vas a decir la verdad, mejor dejemos esto hasta aquí. Sin esperar una respuesta, colgó. La decisión estaba tomada. No quería mentiras, no quería dudas, no quería ser el nuevo William No pasó mucho tiempo antes de que Coromoto apareciera corriendo por el pasillo, su rostro reflejando una mezcla de incomodidad y frustración. Ángel la observó desde lejos, inmóvil, con la cabeza llena de preguntas sin respuestas. —Escúchame, por favor —dijo ella, acercándose, pero Ángel no quería escuchar nada. ¿Por qué estaba molesto? ¿Acaso ella no lo veía? —¿Qué pasó en el ascensor? —preguntó él, con firmeza, sin esconder su dolor. Coromoto intentó explicar lo sucedido, su voz temblorosa y vacía, como si intentara justificar lo que no se podía justificar. —Blas ofreció llevarme en el ascensor… —empezó, mirando al suelo—. ¿Y lo del intercambio de números?… eso fue por un asunto legal —continuó— Él conoce a un abogado de inmigración y me quiso ayudar. Ya sabes, un venezolano siempre ayuda a otro venezolano. Además, No puedes confundir una amistad con algo más —¿Amistad? — preguntó Ángel, ¿Cómo es posible una amistad con alguien con quien se supone no hablas nunca? —dijo Ángel de mala manera. Coromoto solo respondió con un simple: “Iris… Iris malinterpretó todo”. Ángel la miró fijamente, su mirada dura y fría. Cada palabra de Coromoto sonaba vacía, artificial. Blas no era de los que ayudaban sin un motivo detrás. Ángel lo sabía, y esa excusa para él no era suficiente. —¿Amistad? ¿Estás segura de lo que me estás diciendo? —preguntó, sin emoción, sin esperanza. Coromoto asintió, pero algo en sus ojos, algo en su postura, le dijo a Ángel que no estaba siendo honesta. El nudo en su pecho creció, la duda lo envolvía por completo. Lo que Iris le había contado no coincidía con lo que Coromoto decía. Algo más estaba sucediendo, pero Ángel ya no estaba dispuesto a ser el tonto. La confianza se había roto. —Si no puedo confiar en ti para algo tan pequeño… —su voz se rompió, el dolor lo ahogaba—, ¿qué queda para todo lo demás? En ese instante, algo dentro de él se quebró. Sin mirarla, sin esperar más explicaciones, se dio media vuelta y comenzó a caminar. El pasillo se alargaba ante él, pero ya no importaba. No había vuelta atrás.La tarde que Ángel tomó la decisión, el sol comenzaba a despedirse del horizonte. No fue un acto impulsivo, sino el resultado de días de incertidumbre, de dudas que se habían ido acumulando en su mente hasta desbordarse. La sensación de traición se apoderaba de él, y algo dentro de su pecho lo empujaba a dar el paso definitivo. Ya no podía seguir adelante con Coromoto.El simple hecho de que le hubiera pedido, casi rogado a ella, hace tiempo que no tuviera contacto con Blas fue un acto que lo desbordó. Sabía que Coromoto nunca había sido completamente transparente, pero al principio había querido creer que su amor era sincero. Al principio, se dijo a sí mismo que sus errores podían ser perdonados, que el pasado no tenía por qué definir el futuro. Pero esa vez, esa pequeña mentira, ese pequeño gesto de desconfianza, fue la gota que colmó el vaso.—Lo siento, Coromoto —se dijo a sí mismo en su mente, mientras caminaba por los pasillos del hospital— no puedo seguir ignorando lo que
El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado. Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla. No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela. Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.—Hola —dijo William, con
Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot
Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación. A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a CoromotoSin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el
La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla