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CAPITULO 14: El ascensor

Ángel había fallado por primera vez a su ritual sagrado de cada mañana de encontrarse con Coromoto a las 6:30, en la esquina de su casa antes de ir al hospital, ese punto que ya tenía marcado en el mapa de su rutina.

Durante meses, su encuentro a esa hora había sido una constante, un respiro antes de que la jornada comenzara a consumirlos, Pero esa mañana, la distancia y los imprevistos lo habían retrasado.

Las fuerzas mayores, las complicaciones del día a día, lo habían mantenido atrapado en el tráfico, mientras el reloj avanzaba sin piedad.

Le envió un mensaje, pero Coromoto no lo vio a tiempo. No podía llamarla.

No sabía si estaba con William, si ya había salido, o si estaba esperando en su lugar, como siempre.

El tiempo apremiaba y el estrés comenzaba a apoderarse de él. Al llegar al hospital, solo pudo avanzar hasta la entrada, donde las luces frías de los pasillos lo saludaban. Eran casi las 8:15.

 Saca su teléfono y marca el número.

Esperaba que al menos escucharla, sentir su voz, pudiera calmar esa ansiedad que se le había acumulado en el pecho.

—Corito, ya estoy llegando —dijo con voz firme, intentando esconder la ansiedad que se le escapaba.

—Estoy cerca del ascensor, te espero.

¿Te encuentro aquí o vas hacia otro punto? —respondió ella, su tono algo apagado, como si hubiera algo detrás de esas palabras que Ángel no alcanzaba a comprender.

—Mejor te encuentro en el camino —contestó él rápidamente, sin tiempo para discutir.

Colgó y apretó el paso. Necesitaba verla, necesitaba escucharla, tocarla, sentirla. Coromoto era lo único que le daba paz en ese caos de días interminables. En su mente, se prometió pedir disculpas por haber llegado tarde y tal vez, un café, como una pequeña forma de redención.

Avanzaba por los largos pasillos del hospital, cuando se cruzó con Iris. Una compañera de trabajo a la que había visto varias veces en los últimos meses.

La joven llevaba una expresión que Ángel no podía descifrar, pero que inmediatamente le puso los pelos de punta.

—Ángel, tengo algo que contarte —dijo Iris en voz baja, como si temiera ser escuchada por alguien.

—¿Qué pasa, Iris? —preguntó, sin ocultar su curiosidad.

—Vi algo que no deberías ignorar —su voz tembló ligeramente—. Vi a Coromoto con Blas en el ascensor hace poco, y… no estaba tranquila. Estaba tan sonrojada, como si algo no estuviera bien. Y vi cuando se intercambiaron números de teléfono… Parecían demasiado amigos, incluso yo diría que incluso mucho más que una amistad.

 Las palabras de Iris impactaron como una descarga eléctrica. El ascensor… Blas… Ángel sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. No podía ser. Eso no podía estar pasando. No podía.

—Gracias, Iris —dijo, apenas sin mirarla, y se alejó rápidamente, sacando su teléfono con la esperanza de que Coromoto le aclarara todo, de que su miedo fuera infundado.

 Marcó el número, y al primer tono, su voz resonó en la línea, tensa y cortante.

—Corito, ¿tienes algo que contarme? —preguntó, intentando mantener la calma, aunque el nudo en su estómago no lo dejaba respirar.

—No, nada —respondió ella de inmediato, riendo nerviosamente, como si la risa pudiera hacer que todo pareciera normal. Pero Ángel no le creyó. Esa risa, esa tensión en su voz, no encajaban con su usual calma—. ¿Por qué preguntas eso?

—Porque me parece que algo no está bien —respondió él, la ira comenzando a formar un nudo en su garganta—. ¿No hay nada que deba saber, Coromoto? Ya sabes que me entero de todo.

Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea —Nada— La respuesta de ella fue un vacío tan grande que Ángel sintió que se le caía el mundo encima.

—Corito, ¿estás ahí? —susurró, la rabia y la desesperación se entrelazaban en su voz.

—¿Dónde estás? —preguntó finalmente ella, con una calma inusitada. Algo en su tono hizo que Ángel sintiera que algo estaba ocurriendo, pero no lograba identificar qué.

—¿Seguro no hay nada que deba saber? —su voz ahora era más fría—. Si no me vas a decir la verdad, mejor dejemos esto hasta aquí.

 Sin esperar una respuesta, colgó.

La decisión estaba tomada. No quería mentiras, no quería dudas, no quería ser el nuevo William

No pasó mucho tiempo antes de que Coromoto apareciera corriendo por el pasillo, su rostro reflejando una mezcla de incomodidad y frustración. Ángel la observó desde lejos, inmóvil, con la cabeza llena de preguntas sin respuestas.

—Escúchame, por favor —dijo ella, acercándose, pero Ángel no quería escuchar nada. ¿Por qué estaba molesto? ¿Acaso ella no lo veía?

—¿Qué pasó en el ascensor? —preguntó él, con firmeza, sin esconder su dolor.

Coromoto intentó explicar lo sucedido, su voz temblorosa y vacía, como si intentara justificar lo que no se podía justificar.

—Blas  ofreció llevarme en el ascensor… —empezó, mirando al suelo—. ¿Y lo del intercambio de números?… eso fue por un asunto legal —continuó—

Él  conoce a un abogado de inmigración y me quiso ayudar. Ya sabes, un venezolano siempre ayuda a otro venezolano. Además, No puedes confundir una amistad con algo más —¿Amistad? — preguntó Ángel, ¿Cómo es posible una amistad con alguien con quien se supone no hablas nunca? —dijo Ángel de mala manera.

Coromoto solo respondió con un simple:

“Iris… Iris malinterpretó todo”.

 Ángel la miró fijamente, su mirada dura y fría. Cada palabra de Coromoto sonaba vacía, artificial.

Blas no era de los que ayudaban sin un motivo detrás. Ángel lo sabía, y esa excusa para él no era suficiente.

—¿Amistad?  ¿Estás segura de lo que me estás diciendo? —preguntó, sin emoción, sin esperanza.

 Coromoto asintió, pero algo en sus ojos, algo en su postura, le dijo a Ángel que no estaba siendo honesta. El nudo en su pecho creció, la duda lo envolvía por completo.

Lo que Iris le había contado no coincidía con lo que Coromoto decía. Algo más estaba sucediendo, pero Ángel ya no estaba dispuesto a ser el tonto. La confianza se había roto.

—Si no puedo confiar en ti para algo tan pequeño… —su voz se rompió, el dolor lo ahogaba—, ¿qué queda para todo lo demás?

 En ese instante, algo dentro de él se quebró. Sin mirarla, sin esperar más explicaciones, se dio media vuelta y comenzó a caminar. El pasillo se alargaba ante él, pero ya no importaba. No había vuelta atrás.

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